viernes, 30 de mayo de 2025
“BAJO LA ARENA”
La negación puede conducir a la locura. Los golpes emocionales que implican grandes fracturas psicológicas pueden llevar a quienes los sufren a curiosas reacciones de rechazo a la nueva realidad e inventarse un mundo donde simplemente el trauma no existe.
Esto ocurre en “Bajo la Arena” (2000), cinta dirigida y escrita por el cineasta francés Francois Ozon; que bucea en las profundidades de la psique humana, a través de las consecuencias en una profesora universitaria de literatura, Marie Drillon (Charlotte Rampling), del suicidio de su amado esposo, Jean (Bruno Cremer); el cual decide adentrarse en el mar en unas vacaciones, mientras su mujer tomaba sol en la playa, sin mediar explicaciones ni aviso.
Ozon, de 57 años, es uno de los directores contemporáneos más importantes de Francia; con un estilo de filmación reposado y reflexivo; que no escabulle temas difíciles y polémicos, como las relaciones interpersonales, la sexualidad, el tedio de la vida moderna, el sin sentido de la existencia.
Con una importante filmografía, en 30 años ha dirigido casi veinticinco largometrajes, entre los que destacan “Sitcom” (1998), “Amantes Criminales” (1999), “Gotas de Agua sobre Piedras Calientes” (2000), “8 Mujeres” (2002), “El Tiempo que Queda” (2005), “Ángel” (2007), “Mi Refugio” (2009), “Potiche, Mujeres al Poder” (2010), “Joven y Bonita” (2013), “Una Nueva Amiga” (2014), “Gracias a Dios” (2018), “Todo ha ido Bien” (2021), “Mi Crimen” (2023) y “Cuando cae el Otoño (2024).
En “Bajo la Arena”, Ozon explora frontalmente en la fragilidad de la mente humana, enfrentada a la muerte de un ser muy cercano y que, como único recurso para poder seguir adelante, niega esta desaparición; con la complicidad de quienes la rodean. En el caso de Marie, de diversas maneras: por ejemplo, sigue haciendo clases como si nada, analizando con sus alumnos “Las Olas” de Virginia Woolf, en un claro guiño de ojo a lo que ha pasado y cómo lo vive. Además, ve a su marido y conversa con él; aunque igual se cuelan señales de la realidad que quiere ignorar, como la escena en que debe reconocer el cuerpo inerte y desfigurado de su esposo, aunque finalmente lo termina negando porque no identifica su reloj, en un viaje a la locura que ya no tiene retorno.
“A VECES PIENSO EN DESAPARECER”
A veces abrirse a una relación sentimental se complica más de lo necesario, usualmente por las personalidades de los involucrados; lo que hace que les cueste entregarse o que le encuentren sentido a sacrificar espacios y rutinas personales, establecidas por años.
Esto se puede concluir luego de ver “A Veces Pienso en Desaparecer” (2023), cinta dirigida por la cineasta estadounidense Rachel Lambert, basada en la obra teatral “Asesinos” de Kevin Armento; y que cuenta la historia de Fran (Daisy Ridley), una mujer solitaria que, sin embargo, intenta relacionarse y conectar con sus compañeros de oficina, un lugar que le resulta amable, porque es buena y valorada en su trabajo. Fran, en todo caso, es introvertida y silenciosa; y no se adapta muy bien socialmente. Habla lo justo y necesario.
Lambert había dirigido anteriormente tres películas: el documental “Mom Jovi” (2016) y los largometrajes de ficción “En la Ciudad Radiante” (2016) y “Puedo Sentirte Caminando” (2021); que la han instalado como una directora con un estilo propio, con una cámara tranquila, que escudriña detenidamente la cotidianeidad de los personajes y las situaciones que viven.
En “A Veces Pienso en Desaparecer” esta marca se reitera. La acción transcurre en un pequeño pueblo costero de Oregon, entre el hogar de Fran y su oficina, en un juego de contrastes. En su casa siempre está sola y mira mucho por la ventana, que tiene vista a un pequeño puerto, en cuyas grúas se imagina colgándose, como una manera de coquetear con la muerte en forma constante.
En cambio, la oficina es un lugar ruidoso y lleno de compañeros de trabajo, que siempre están pensando en alguna manera de divertirse; lo que incluye a la jefa, Carol (Marcia de Bonis) y a los que llevan el liderazgo, Garrett (Parvesh Cheena) y Doug (Jef Berrier), a quienes les preguntan todo y con los cuales Fran mantiene una relación cordial y distante.
Este statu quo se rompe cuando llega un nuevo funcionario, Robert (Dave Merheje); que se sienta cerca de Fran y que despierta un inusitado interés en ella; lo que en vez de hacerla más llana y asequible, la vuelve agresiva y extravagante, entrando en una incierta etapa de crecimiento.
“UN HOMBRE DIFERENTE”
Las particularidades son los elementos que nos hacen atractivos para el sexo opuesto; a pesar de que muchas veces esas características no son precisamente las que más valoramos nosotros en nuestra fisonomía.
Esto pareciera decirnos “Un Hombre Diferente” (2024), cinta dirigida, escrita y producida por el cineasta estadounidense Aaron Schimberg; y que nos relata la historia de Edward (Sebastian Stan), un hombre con el rostro deforme y que gracias a un tratamiento experimental, recupera un aspecto absolutamente normal; lo que no lo satisface finalmente.
Schimberg había realizado anteriormente dos largometrajes: “Go Down Death” (2013) y “Chained por Life” (2018) que, junto a este estreno, marcan un estilo propio y original, que se cimenta en la búsqueda y desarrollo de personajes con problemas físicos y psicológicos.
En “Un Hombre Diferente”, profundiza esta preocupación con el despliegue de dos personajes deformes físicamente; pero que lo llevan cada uno de una manera totalmente distinta en su cotidianeidad. Por una parte está Edward, que, mientras tiene el problema físico, es temeroso, tímido e inseguro; y por otro, Oswald (Adam Pearson), que pareciera utilizar su malformación como una oportunidad, con una personalidad desbordante y entradora.
Esta dicotomía es expuesta y realzada por la vecina de Edward, Ingrid (Renate Reinsve); dramaturga y directora teatral que está interesada en él en forma genuina e integral, a pesar o precisamente por su anomalía. Una vez que se mejora, sigue interesada en él; pero sólo porque Edward es actor y personifica su antiguo aspecto, con una máscara de gran realismo.
Esta paradoja termina de consumarse cuando aparece Oswald en la vida de ambos y desplaza a Edward en el interés de Ingrid, tanto personal como profesional, porque el primero es un auténtico deforme y, para más remate, talentoso y avasallador y, para ella, atractivo.
En resumen, la cinta no trata sobre la deformidad como espejo de quien la mira, como “El Hombre Elefante” de David Lynch; sino que plantea la anormalidad, incluso la física, como un atractivo; ya que nos hace diferentes e interesantes, para aquellas personas que no tienen prejuicios y complejos, que predeterminen su percepción y valoración que tienen de los demás.
“ANTICRISTO”
No es usual que el sexo sea tema principal en el cine de autor; más aún, ligado al sentimiento de culpa, llegando a la agresión y al autocastigo en la pareja. Por otra parte, si hay un director que pueda tratar este tema, con estas características y salir airoso, por la profundidad y la seriedad de su tratamiento es el danés Lars von Trier.
Esto lo demuestra en “Anticristo” (2009), cinta dirigida y escrita por este cineasta; y que cuenta solo con tres personajes: el esposo (Willem Dafoe), la esposa (Charlotte Gainsbourg) y su pequeño hijo Nic (Storm Acheche Sahlstrom), que fallece en el comienzo de la cinta, al saltar por una ventana de un edificio, mientras sus padres hacen el amor desaforada e irresponsablemente en la ducha de la casa; dando inicio a una relación desequilibrada y angustiante,
que tratan de enrielar, aunque subyace, como una bomba de tiempo, el remordimiento y el odio.
Von Trier, de 69 años, se destaca como un realizador único y de los más originales de la actualidad; con filmes como “El Elemento del Crimen” (1984), “Epidemic” (1987), “Medea” (1988), “Europa” (1991), “Rompiendo las Olas” (1996), “Los Idiotas” (1998), “Bailando en la Oscuridad” (2000), “Dogville” (2003), “Manderlay” (2005), “El Jefe de Todo Esto” (2006), “Melancolía” (2011), “Ninfomaníaca” (2013) y “La Casa de Jack” (2018), cintas en que las relaciones humanas son cuestionadas y puestas bajo un microscopio riguroso e inflexible. No por nada dedica esta cinta al cineasta ruso Andrei Tarkovski (1932-1986), otro director moderno, con un cine plagado de simbolismos y severo en el uso del lenguaje cinematográfico.
En “Anticristo”, von Trier somete al espectador a una experiencia extrema y asfixiante; desde las primeras imágenes hasta las últimas: el sexo directo entre la pareja protagónica, pasando luego de la tragedia a una relación oscilante entre la ternura, la dependencia, la desesperación y la violencia física y sexual; para culminar en una larga secuencia en una cabaña solitaria. Allí, intentan reconciliarse, reencontrarse y salvarse; acudiendo incluso el esposo a su rol de psicólogo; yendo mucho más allá de lo permitido, en todos los sentidos posibles, para una pareja o simplemente para dos seres humanos que se quieren y que se respetan mínimamente.
“CONCLAVE”
El Papa es una autoridad moral de alcance mundial, pero también tiene un considerable poder; que hace que su elección sea ambicionada por muchos cardenales de todo el planeta, al igual que cualquier otro estado de primera línea.
Esa es la conclusión más evidente de “Cónclave” (2024), cinta dirigida y producida por el cineasta alemán, Edward Berger; que se centra precisamente en el proceso de elección de un nuevo pontífice, después de la muerte de éste. De hecho, el filme comienza con el fallecimiento del Papa y el efecto que esto provoca en sus más cercanos, el cardenal Lawrence y decano de la Curia (Ralph Fiennes) y el cardenal Bellini (Stanley Tucci), quien desde el comienzo es considerado “papabile”.
Berger, de 55 años, había dirigido anteriormente cinco largometrajes: “Gómez” (1998), “Frau2 Sucht Happy end” (2001), “Jack” (2014), “Todo Mi Amor” (2019) y “Sin Novedad en el Frente” (2022). Esta última, interesante nueva versión del clásico de Lewis Milestone de 1930, lo colocó en el primer plano mundial como un talentoso realizador.
Con “Cónclave” ratifica este apelativo. Con un reparto de lujo, retrata con crudeza las luchas de poder que se establecen en el Vaticano, para suceder al fallecido Papa, que representan por un lado las tendencias más liberales y conservadoras al interior de la iglesia católica, pero también las ambiciones personales, alimentadas por años y años. A los dos cardenales ya citados se suman el cardenal Tremblay (John Lithgow), el cardenal Tedesco (Sergio Castellito), el cardenal Adeyemi (Lucian Msamati) y el cardenal Benítez (Carlos Diehz).
Cada cual, con mayor o menor grado de avidez, pujan entre sus colegas que asisten al cónclave, para que voten por él o por su candidato; llegando en algunos casos incluso a prácticas no muy dignas para un dignatario del cristianismo. Lawrence, encargado de la convención por antigüedad, debe llevar el proceso con sabiduría y visión de futuro. En esta labor tendrá la ayuda inesperada de una mujer, la hermana Agnes (Isabella Rossellini); lo que sin duda es un elemento de ficción en esta cinta, casi documental; al igual que su desenlace, donde se cargan las tintas demasiado hacia la fantasía.
“BUENOS MUCHACHOS”
La Mafia italiana es parte constituyente de la identidad de Nueva York, que desde sus orígenes se organizó en torno a pandillas; y que se transformó en una forma de vida, emocionante y de gran status para sus componentes, sicilianos o descendientes directos de estos.
Un retrato a cabalidad de este mundo es “Buenos Muchachos” (1990), cinta dirigida y escrita por el cineasta estadounidense Martin Scorsese; y basada en la novela “Sabelotodo” de Nicholas Pileggi, y que relata la historia de tres socios de la mafia neoyorquina.
Scorsese, de 82 años, es uno de los poco directores vivos que ya se puede considerar un clásico. Con sus primeras tres películas se labró un prestigio en el cine arte: “Berta, Ladrona y Amante” (1972), “Calles Peligrosas” (1973) y “Alicia Ya No Vive Aquí” (1974). La fama llegó con “Taxi Driver” (1976) y se consolidó con cintas como “Toro Salvaje” (1980), “El Color del Dinero” (1986), “La Última Tentación de Cristo” (1988), “Cabo de Miedo” (1991), “Pandillas de Nueva York” (2002), “Infiltrados” (2006), “La Invención de Hugo” (2011), “Lobo de Wall Street” (2013), “Silencio” (2016), “El Irlandés” (2019) y “Los Asesinos de la Luna” (2023).
“Buenos Muchachos” se centra en la historia de Henry Hill (Ray Liotta), desde que era un adolescente y que lo único que quería era entrar a la mafia; para lo cual se acercó a Jimmy Conway (Robert de Niro) y a Tommy DeVito (Joe Pesci); los cuales trabajaban para el capo Paul Cicero (Paul Sorvino); el cual vivía frente a su casa, lo que marcó su destino para siempre; al igual que su matrimonio con Karen (Lorraine Bracco), la cual lo acompañó en las buenas y en las malas.
Uno de los grandes méritos del filme es la acertada construcción y desarrollo de los personajes centrales. Henry con su desquiciada ambición. Jimmy con sus aires de grandeza. Tommy con su violencia irrefrenable, que finalmente fue lo que llevó al grupo a la perdición. La locura de esta brutalidad sin control es lo que hace que este tipo de éxito tenga una duración restringida, con el germen de la autodestrucción en su interior, pareciera decirnos una vez más la Historia y el gran Scorsese.
“DIAS PERFECTOS”
La felicidad parece tener que ver con vivir la vida sin expectativas muy ambiciosas y valorar la cotidianeidad y los pequeños rituales que nos permite la existencia y la naturaleza.
Esto nos dice “Días Perfectos” (2023), cinta dirigida, escrita y producida por el cineasta alemán Wim Wenders; uno de los más importantes realizadores vivos y fundamental en la historia del cine de la segunda mitad del siglo XX; y que integró el Nuevo Cine Alemán, junto con Werner Herzog y Rainer Werner Fassbinder, entre otros.
Wenders, de 79 años, tiene un cine altamente poético y existencial. Entre sus muchas cintas destacan “El Miedo del Arquero frente al Penal” (1972), “Alicia en las Ciudades” (1974), “Movimiento Falso” (1975), El Transcurso del Tiempo” (1976), “El Amigo Americano” (1977), “Paris-Texas” (1984), “El Cielo sobre Berlín” (1987), “Más Allá de las Nubes” (1995), “El Final de la Violencia” (1997), “Tierra de Abundancia” (2004), y “Llamando a las Puertas del Cielo” (2005), entre otras.
“Días Perfectos” está ambientado en Tokyo, Japón; y nos muestra la vida de Hirayama (Koji Yakusho), un solitario personaje, que habla muy poco, que ama y fotografía los árboles y las plantas, la música rock de autor en cassettes, la literatura y que sobrevive haciendo aseo en los impecables baños públicos de la ciudad. De hecho, el nombre de la cinta está inspirado en la canción homónima de Lou Reed, uno de sus músicos preferidos, junto con Patti Smith, Van Morrison y Tracy Chapman. También es notable la versión de “La casa del Sol Naciente” de Animals, que hace la dueña de un bar para sus contertulios.
Su secreto es que no tiene rutinas, sino rituales. Desde que amanece, se levanta con una sonrisa, escucha música, observa a los árboles y a la gente con respeto, trabaja con su furgón, se alimenta, no le tiene temor a la lluvia. En sus ratos libres, anda en bicicleta, lee “Las Palmeras Salvajes” de William Faulkner, “Once Cuentos” de Patricia Highsmith o “El Arbol” de Aya Koda. Sus sueños, en blanco y negro, en que se entremezclan las sombras del día, también son importantes. Su soledad sólo se ve rota cuando lo visita por unos días su sobrina Niko y luego su hermana Keiko la viene a buscar. Al otro día vuelve a amanecer.
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