martes, 16 de septiembre de 2025
“ACABA CON ELLOS”
Existe un lugar común consistente en que la vida rural es tranquila y apacible; el cual es claramente desmentido en ocasiones en el cine, con películas que nos hacen ver que la cruda naturaleza es difícil para vivir y trabajar en sus faenas propias, como la ganadería y la agricultura; y que este ambiente hace cuesta arriba también las relaciones interpersonales entre sus habitantes y vecinos.
Esto queda de manifiesto en “Acaba con Ellos” (2024), cinta dirigida y escrita por el cineasta irlandés Christopher Andrews, que narra el cruce entre dos familias centenarias del campo de ese país, los O’Shea y los Keeley, tanto por cuestiones de historia en común como por el modo de vida que quiere imponer cada una y que los separa violentamente.
Andrews, que anteriormente había dirigido tres cortometrajes, se estrena acertadamente con éste, su primer largometraje: una historia oscura, pero que refleja la complejidad de la existencia humana y de respuestas personales ante conflictos, a pesar de tradiciones atávicas, que se arrastran por siglos en culturas profundamente ligadas a la tierra y a sus ciclos temporales.
El protagonista es Michael O’Shea (Christopher Abbott), que se dedica a cuidar a las ovejas y carneros; y a su padre, Ray (Colm Meaney), que no puede caminar; y que conducía cuando murió su madre en un accidente suicida. En esa época era novio de Caroline (Nora-Jane Noone), actual esposa de Gary Keely (Paul Ready), que le recrimina constantemente ese pasado y que tienen un hijo, Jack (Barry Keoghan), que debe vivir en medio del odio entre ambas familias. Gary Keely, además, está parcelando su terreno para cabañas para turistas, lo que es totalmente rechazado por Ray.
La culpa, el pecado y el arrepentimiento están detrás del comportamiento de varios de los personajes, principalmente de Michael y Jack, que representan al presente de sus familias y de esos cerros, que poco han cambiado en los últimos quinientos años. Michael, a pesar de toda la violencia y daño que recibe su familia (matan a su perro pastor y a un gran número de corderos para comercializar sólo sus patas) encarna el perdón y, por lo tanto, la esperanza y la redención, como opciones a la venganza, en una cinta con una carga moral cautivante, que atrapa y sorprende al espectador.
“NEAR OROUET”
Hay directores de cine cuyo trabajo solo es valorado con el tiempo, porque en su momento algo falló para que fueran conocidos por el gran público y gozaran del reconocimiento que merecían.
Uno de ellos es el francés Jacques Rozier (1926-2023), que en su momento gozó del apoyo del cineasta Jean Luc Godard y de la crítica, pero que tuvo serios problemas con la distribución de sus películas, lo que provocó que sólo pudiera dirigir cinco largometrajes en su carrera de cincuenta años y a pesar de su longevidad. “Near Orouet” (1971) fue su segundo largometraje y se inserta perfectamente en la estética de la Nueva Ola francesa, con la espontaneidad y frescura de algunas cintas de ese movimiento, sobre todo las de Godard y Truffaut.
Los otros filmes que dirigió Rozier fueron “Adieu Philippine” (1962), “Los Náufragos de la Isla de la Tortuga (1976), “Maine Ocean” (1986) y “Fifí Martingale” (2001), que se encuentra en plena etapa de revalorización por las plataformas especializadas.
Y al ver “Near Orouet”, se justifica plenamente dicha reestimación. La cinta relata la estadía por vacaciones, durante un mes, de dos primas veinteañeras, Caroline (Caroline Cartier) y Kareen (Francoise Guegan) y una amiga, Joelle (Daniele Croisy), en una playa francesa del Atlántico; en la cual principalmente se dedican a tomar sol, comer, tomar sidra y vino; hasta que aparecen dos jóvenes que intentan entretenerlas y conquistarlas, pero sin perder la compostura ni hacer locuras.
Uno de ellos, Gilbert (Bernard Menez), trabaja con Joelle en Paris y no ha llegado allí por casualidad, ya que hace un año que está enamorado de la joven. El otro, Patrick (Patrick Verde), veranea en el lugar y tiene una pequeña embarcación, con la cual intenta deslumbrar a las muchachas.
La cinta, dirigida, escrita, producida y editada por Rozier, retrata de buena forma le evanescencia de la juventud y luego de ese tiempo de las vacaciones, con sus amores fugaces y sus distracciones banales, en lo que más se desea es descansar y pasarlo bien, dejando que el tiempo transcurra lentamente.
“EL CLUB DEL CRIMEN DE LOS JUEVES”
Una buena comedia no solo se destaca por un guion correcto, en el cual los personajes estén bien desarrollados y diferenciados, y exista una apropiada estructura narrativa; sino también por el humor y el lenguaje, que idealmente deben retratar la idiosincrasia de la cultura en que se ambienta la historia.
Esto ocurre con “El Club del Crimen de los Jueves” (2025), cinta dirigida y producida por el cineasta estadounidense Chris Columbus; pero basada en la novela homónima del escritor británico contemporáneo Richard Osman, por lo cual está ambientada en Inglaterra. Un grupo de cuatro jubilados, que vive en un hermoso castillo destinado a residencia para adultos mayores, tiene un club que se dedica a investigar casos policiales no resueltos, causando interferencias a la policía y situaciones jocosas, en las cuales se pone a prueba la capacidad actoral del excelente reparto inglés de la cinta.
Columbus, de 66 años, tiene casi veinte largometrajes a su haber, todos ellos comedias; entre los que destacan “Solo en Casa”, “Solo en Casa 2: Perdido en Nueva York”, “Mrs. Doubtfire”, “Quédate a mi Lado”, “El Hombre Bicentenario”, “Harry Potter y la Piedra Filosofal” y “Harry Potter y la Cámara Secreta”, entre otros; que demuestran su capacidad para poner en escena guiones entretenidos y amables, y un buen manejo de actores para la construcción de personajes creíbles y difíciles de olvidar.
En “El Club del Crimen de los Jueves” comanda el grupo investigador la ex integrante del Servicio Secreto inglés, Elizabeth (Helen Mirren); la cual es acompañada por el médico Ibrahim (Ben Kingsley), el ex dirigente sindical Ron (Pierce Brosnan); y la enfermera Joyce (Celia Imrie). A estos hay que sumar el esposo de Elizabeth, Stephen (Jonathan Pryce), el hijo de Ron, Jason (Tom Ellis); y los policías Hudson (Daniel Mays) y Freitas (Naomi Ackie), que no agradecen del todo la ayuda de los detectives aficionados.
El conflicto es que uno de los tres socios propietarios del castillo quiere vender el inmueble, a lo que se oponen sus habitantes, que se encuentran a gusto en el lugar. El problema es que muere uno de los socios, lo que activa la investigación del club, develándose en el camino antiguos delitos, que también deben ser resueltos por el aguerrido e intrépido grupo.
“HOT MILK”
Siempre estamos volviendo a cómo vivimos las relaciones sentimentales y familiares de la infancia; ya que éstas nos marcan de por vida.
Esa podría ser la tesis de “Hot Milk” (2025), cinta dirigida y escrita por la cineasta británica Rebecca Lenckiewicz, basada en la obra de Deborah Levy; y que relata un momento crítico de la veinteañera Sofía (Emma Mackey), respecto de su madre, de su pasado y de su situación sentimental actual.
Lenckiewicz, de 57 años, había tenido una destacada trayectoria como escritora de teatro, cine, televisión y radio; y como actriz. “Hot Milk” es su ópera prima como directora de cine y demuestra a las claras no sólo su talento audiovisual, sino el manejo que posee de la estructura narrativa, del desarrollo de los personajes y de la puesta en escena de situaciones complejas y emotivas.
Sofía se encuentra en la costa de Almería, España; acompañando a su madre, Rose (Fiona Shaw), que no puede caminar y que ha acudido a hacerse un último tratamiento en una clínica especializada. Allí la atenderá el carismática Dr. Gómez (Vincent Pérez) y su hija Julieta (Patsy Ferrán), quienes insistirán en la parte psíquica de Rose, para su recuperación. Sofía vive para su madre y no sólo no ha terminado la carrera de antropología, sino que no se ha involucrado sentimentalmente por cuidarla.
Esto cambia cuando conoce en la playa a Ingrid (Vicky Krieps), una liberal alemana que, sin embargo, se engancha con Sofía, remeciéndole su ordenado mundo. Esta tensión se expresará principalmente en la relación con su madre y en su apertura a nuevas vivencias y sensaciones, en torno a su cuerpo e interioridad, tomando preponderancia su relación con el mar y la naturaleza, con los sueños; incluso con pequeñas visiones significativas.
Este cambio, sus dolores y miedos, así como los de Rose e Ingrid, están muy bien expuestos en la cinta, con mucha sutileza; tanto en las escenas intimistas, en los diálogos, así como en las situaciones más dramáticas. El espectador es testigo de cómo Sofía y sus cercanas van enfrentando las zonas oscuras de su pasado, para llegar a la encrucijada del presente, que las obliga a vivir o morir, en un atrevido acto de valor y resistencia.
“GLADIADOR II”
Hay un escaso grupo de directores que mezclan hábilmente en sus películas un estilo personal con un gusto más masivo, lo que provoca que sus trabajos sean éxito de taquilla y también gocen del respeto general de la crítica.
El cineasta británico Ridley Scott es uno de estos realizadores y su último estreno, “Gladiador II” (2024), dirigida y producida por él, es una de sus cintas en las cuales combina con acierto el desarrollo de los personajes, y su evolución narrativa, con escenas multitudinarias, donde la acción y la adrenalina dominan la pantalla.
Scott, de 77 años, ha dirigido cerca de treinta largometrajes y desde el comienzo alternó el cine más personal con el más comercial, pero siempre con una factura impecable. Su primer largometraje, “Los Duelistas” (1977), basado en una obra de Joseph Conrad, lo destacó de inmediato. Luego vinieron algunas cintas notables, que reunían estos atributos, como “Allien, el octavo pasajero”, “Blade Runner”, “Thelma y Louise”, “Gladiador” (2000), “Hannibal”, “Gangster Americano”, “Allien: Covenant” y “Napoleón”, entre otras.
En “Gladiador II” repite la fórmula. De partida, es una secuela de una de sus cintas más reconocidas, tanto por el público como por la crítica. En esa oportunidad, el protagonista, Maximus, general romano, fue interpretado por un inolvidable Russell Crowe, elemento clave en su éxito. En esta oportunidad, el protagonista es su hijo, Lucio (Paul Mescal), que no tiene la contundencia de su progenitor. Aquí la fuerza dramática se reparte en los roles secundarios del general Acacio (Pedro Pascal), del dueño de gladiadores Macrinus (Denzel Washington) y de la madre de Lucio, Lucila (Connie Nielsen), que intervienen en el conflicto central: el retorno de Lucio a Roma como gladiador, ya como adulto, desde el derrotado reino de Numidia, donde vivía hasta entonces.
Esta rápida transformación de Lucio es lo que menos convence del filme. Su único norte era vengar a su esposa, muerta por el ejército romano; y sorpresivamente entiende a Acacio, aunque no logra evitar su muerte en la arena. Lo que resulta mucho más creíble es la inconsistencia del Senado, ejemplificado en el títere Thraex (Tim McInnerny); y la brutalidad de los emperadores, los hermanos Geta (Joseph Quinn) y Caracalla (Fred Hechinger).
“PUSHER: UN PASEO POR EL ABISMO”
No cabe duda que una de las características del cine actual es mostrar con crudeza las realidades que nos toca vivir como sociedad mundial; y una de estas es, sin duda, el narcotráfico y la violencia asociada a esta lacra generalizada.
“Pusher: Un Paseo por el Abismo” (1996), cinta dirigida y escrita por el cineasta danés Nicolás Winding Refn, retrata a cabalidad este submundo delincuencial, en que muchas veces pareciera que sus actores tuvieran el destino escrito de antemano y que es prácticamente imposible cambiarlo. Esta cinta, ópera prima de Winding, es parte de una trilogía, con los mismos personajes y temática, que completan los filmes “Pusher 2: Con las Manos Ensangrentadas” (2004) y “Pusher 3: Soy el Angel de la Muerte” (2005).
Winding, de 54 años, ha dirigido además los largometrajes “Bleeder” (1999), “Fear X” (2003), “Bronson” (2008), “Valhalla Rising” (2009), “Drive” (2011), “Sólo Dios Perdona” (2013) y “The Neon Demon” (2016), que lo han posicionado como uno de los directores más interesantes de la actualidad.
En “Pusher: Un Paseo por el Abismo” el protagonista es Frank (Kim Bodnia), un dealer que se mueve en los bajos fondos de Copenhague y que intenta asociarse con un narcotraficante mayor de Croacia, Milo (Zlatko Bunic), en una operación fallida, que lo hace quedar endeudado irreversiblemente, y en aumento con los intereses; lo que provoca una serie de incidentes y peripecias, casi todas violentas y cada vez más cercanas a la muerte, sobre todo cuando se cruza con el matón Radovan (Slavko Labovic).
Hasta que es detenido in fraganti por la policía es acompañado en este divagar urbano por un supuesto amigo, Tonny (Mads Mikkelsen), un extraño ser que todo el rato está hablando de mujeres en términos sexuales. Luego de liberado, lo acompañará la prostituta Vic (Laura Drasbaek), con la cual tiene una extraña relación de amabilidad y violencia, al parecer normal en este tipo de ambientes.
La violencia y el sin sentido de los acontecimientos pueden resultar agobiantes para el espectador promedio; pero la verdad es que se respira honestidad y realismo en esta cinta, que no da respiro al espectador y que nos da la posibilidad
de conocer un submundo difícil de imaginar de otra manera.
“LOS SOÑADORES”
Hay cineastas fundamentales que son conocidos por un puñado de películas, pero cuyas obras no tan famosas son igual de importantes y tan buenos exponentes de lo mejor de su estilo y de sus preocupaciones esenciales.
“Los Soñadores” (2003), cinta dirigida por el destacado cineasta italiano Bernardo Bertolucci (1941-2018) y basada en la novela homónima de Gilbert Adair, es un buen ejemplo de este tipo de filmes, que permiten conocer todo el talento de un importante realizador a través de una de sus últimas películas.
Bertolucci dirigió casi veinte largometrajes, entre los que destacan “El Conformista” (1970), “El Ultimo Tango en París” (1972), “Novecento” (1976), “La Luna” (1979), “El Ultimo Emperador” (1987), “El Cielo Protector” (1990) y “El Pequeño Buda” (1993); con temáticas como las preocupaciones políticas y existenciales; y con un estilo directo y crudo, el cual no temía reflejar la violencia y el erotismo, como características de la vida moderna.
En “Los Soñadores” conjuga una singular mezcla: por un lado, está ambientada en París en 1968, en los días previos a la revolución de mayo; y relata la relación de tres jóvenes universitarios amantes del cine, asiduos a la Cinemateca nacional, cuando se produce el despide de su director Henri Langlois, generando gran rechazo de cineastas y actores (Jean Pierre Leaud aparece en esta recreación).
En las protestas por esta exoneración es cuando se conocen los hermanos franceses Isabelle (Eva Green) y Theo (Louis Garrel) con el estadounidense Matthew (Michael Platt), desarrollándose una relación sentimental entre los tres, profunda y sustentada en el amor común al cine. A partir de ahí la película se desarrolla casi completamente en el interior de la hermosa casa parisina, mientras los padres andan de viaje.
Con largos y naturales desnudos comparten la casa, el vino y conversaciones con referencias tácitas y explícitas al cine y la música. Comparan a Keaton con Chaplin, a Clapton con Hendrix; y realizan hermosos homenajes a glorias del cine como Greta Garbo, Marlene Dietrich, Edith Piaf, Fred Astaire, Howard Hawks y en general, a la Nueva Ola francesa.
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