viernes, 14 de junio de 2024

“EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA”

Hay directores y películas que ayudan fuertemente a defender la tesis de que el cine latinoamericano tiene una identidad propia, basada no solo ciertas temáticas; sino también en un modo determinado de ver la realidad que nos toca como países, marcada por el desencanto y un sino trágico inevitable. “El Coronel No Tiene Quien le Escriba” (1999), cinta dirigida por el cineasta mexicano Arturo Ripstein, y basada en la novela de 1961 del Premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez, grafica de gran manera este modo de ser del cine y de la literatura hispanoamericana, realista y un poco triste, muy fuertemente marcadas por la fuerza inclemente de la naturaleza y por una insuperable pero digna pobreza. Ripstein, de 80 años, es uno de los directores mexicanos vivos más importantes y que fuera discípulo del gran Luis Buñuel; con una vasta trayectoria, en la cual destacan filmes como ”Los Recuerdos del Porvenir” (1968), “El Castillo de la Pureza” (1972), “El Lugar Sin Límites” (1977), “Cadena Perpetua” (1978), “El Imperio de la Fortuna (1985), “Principio y Fin” (1993), “La Reina de la Noche” (1994), “Profundo Carmesí” (1996), “El Evangelio de las Maravillas” (1998), “Así es la Vida” (1999), “La Perdición de los Hombres” (2000), “La calle de la Amargura” (2015) y “El Diablo entre las Piernas” (2019), entre otras; en los cuales abundan personajes perdedores o sin futuro, pero que viven con una dignidad encomiable y asombrosa. En “El Coronel…” esta característica se repite. El Coronel (Fernando Luján) vive con su esposa española Lola (Marisa Paredes) en un pequeño pueblo selvático de Sudamérica, esperando que le llegue su pensión, que nunca recibe, a pesar de que todos los viernes va al muelle fluvial a esperar el arribo del correo. La pobreza con que viven es impresionante, pero no aceptan ayuda de nadie, a lo cual deben sumar la profunda tristeza por la muerte reciente de su hijo, en un pleito por apuestas con el turbio Nogales (Daniel Giménez Cacho). El amor que se profesa el matrimonio, a pesar de todos sus problemas, produce una profunda ternura y simpatía en los vecinos del pueblo y en el espectador. Con un estilo realista, pero con una mirada al mismo tiempo poética y nostálgica, Ripstein construye una cinta atrapante y fundamental, que nos indica que nada cambia por este lado del mundo.

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