martes, 16 de agosto de 2022

“LAZZARO FELICE”

En las zonas rurales todo cambia más lentamente: las costumbres, el lenguaje y muchas veces los modos de vida y el acceso a la información; lo que permite que se mantengan situaciones de explotación y de injusticia, que sólo la casualidad deja al descubierto. Esto denuncia “Lazzaro Felice” (2018), cinta dirigida y escrita por la cineasta italiana Alice Rohrwacher; que relata las condiciones medievales en que vivían más de 50 familias en la localidad campestre de Inviolata, en la región de Lombardía; que eran explotadas cultivando el tabaco para la Marquesa Alfonsina de Luna (Nicoleta Braschi). Esta situación terrible, que incluía a los niños pequeños y ancianos, está presentada en forma de realismo mágico, tanto por el paisaje austero y desnudo, pero principalmente a través del personaje central, Lazzaro (Adriano Tardiolo), una especie de ángel inocente y que no es capaz de ver las malas intenciones detrás de las acciones de los demás seres humanos. Rohrwacher, de 40 años, había dirigido anteriormente dos largometrajes: “Cuerpo Celeste” (2011) y “Las Maravillas” (2014), que también llamaron la atención por este estilo que combina lo real maravilloso y la inocencia, tan propias de la infancia y de la vida apartada de las grandes urbes. Lazzaro es un joven fuerte con alma de niño, que trabaja incansablemente y al que todos utilizan como peón de carga, hasta que aparece la marquesa con su hijo Tancredi (Luca Chikovani), un joven desadaptado, que se transforma en amigo de Lazzaro. La segunda parte de la cinta ocurre en una gran ciudad, supuestamente Milán, donde Lazzaro resucita, insuflado por el espíritu de un lobo, donde se reencuentra con antiguos conocidos ya mayores, como Tancredi, Pippo (Carlo Massimino), Antonia (Alba Rohrwacher) y su pareja (Sergi López), que lo adoptan, a pesar de su notoria no pertenencia a este mundo citadino, que no es capaz de valorar al ser extraordinario que es Lazzaro. Todo el capítulo urbano no tiene la magia y la maravilla de la primera parte, pero esto no es achacable a la cinta, sino a la realidad trágica y prosaica en que la modernidad nos tiene irremediablemente sumergidos.

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