martes, 13 de febrero de 2018

“LA FORMA DEL AGUA”

Hay grandes directores que de vez en cuando aceptan encargos que, gracias a su talento, resultan ser películas interesantes, que se dejan ver con agrado. Pero también, cada cierto tiempo, crean cintas notoriamente más personales, en las cuales se refleja su sensibilidad, su mundo interior y sus preocupaciones estéticas.

El mexicano Guillermo del Toro es uno de estos realizadores y “La Forma del Agua” (2017), donde, aparte de dirigir y producir, la historia y guion le pertenecen, es claramente uno de sus filmes más personales, junto con “El Espinazo del Diablo” (2001), “El Laberinto del Fauno” (2006) y “La Cumbre Escarlata” (2015), en los cuales se manifiesta su particular estilo, dominado por lo fantástico y un cierto barroquismo visual, del cual ha tomado control con el paso de los años.

Del Toro, de 53 años, también ha dirigido algunos encargos, que ha sorteado con bastante dignidad, como “Blade II” (2002), las dos cintas sobre “Hellboy” (2004 y 2008) y “Pacific Rim” (2013), en los que no ha dejado de dar sus toques, como el humor negro y los artilugios visuales.

En “La Forma del Agua”, ambientada en los años ’60 en Estados Unidos, en plena Guerra Fría, la acción se desarrolla en una Agencia de Investigación Espacial, donde las protagonistas son dos grandes amigas, encargadas del aseo, Elisa (Sally Hawkins), muda y soñadora; y Zelda (Octavia Spencer), leal hasta la muerte.

Llevan una vida bastante rutinaria, hasta que llega al lugar un sorprendente Hombre Anfibio (Doug Jones), traído desde al Amazonas y que es sometido a los más abusivos maltratos, generando la simpatía de Sally, que siempre ha tenido una particular conexión con el agua, estableciendo una mágica relación con este sireno, que tiene características que lo acercan a la divinidad.

Como en toda historia de amor que se precie de tal, debe haber conflicto y éste se da por el despiadado jefe de seguridad, Strickland (Michael Shannon), que desprecia al anfibio y que lo ve como un monstruo; pero, como siempre, el bien tiene sus agentes, claves en el desenlace de la maravillosa historia: Giles (Richard Jenkins), el artista, amigo y vecino de Sally; y el científico, el Dr. Hoffstetler (Michael Stuhlbarg), que admira la belleza del sireno.

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