martes, 26 de septiembre de 2017

“MADRE”

El artista o creador puede tener una lucidez tremenda e interpretar a mucha gente necesitada de respuestas, sobre todo en estos tiempos tan poco alentadores, en que pareciera que el mundo se dirige inexorablemente a una guerra mundial o a la autodestrucción.

Pero para realizar, el creador o poeta necesita tranquilidad y estabilidad; y sobre todo reconocimiento, lo que demuestra que su ego y vanidad son tan grandes como su talento.

Esta podría ser la tesis de “Madre” (2017), cinta dirigida, escrita y producida por el ambicioso cineasta estadounidense Darren Aronofsky, que comienza como un filme de un drama familiar para irse cargando de simbolismos, hasta llegar a la abstracción conceptual.

Aronofsky, de 48 años, había realizado anteriormente cinco largometrajes: “Pi” (1998), “Réquiem por un Sueño” (2000), “La Fuente” (2006), “El Luchador” (2008), “El Cisne Negro” (2010) y “Noé” (2014), cintas que no pasan desapercibidas, ya sea por la temática o por el tratamiento que da a sus películas.

“Madre” no es la excepción. Al comienzo da pequeñas pistas del carácter abstracto que la cinta tiene bajo la superficie: aparece un rostro en llamas, pero que se consume lentamente. Luego, el renacer de una casona quemada; lugar donde vive la responsable de la reconstrucción, la madre (Jennifer Lawrence) y el poeta (Javier Bardem), que atraviesa una etapa de sequía creativa, a pesar de todas las condiciones ideales que su mujer se preocupa de generarle.

Con muchos primeros planos e iluminación natural, que le da una pastosidad plástica a la imagen, Aronofsky construye rápidamente los perfiles psicológicos de estos dos únicos personajes, casi como en una obra de teatro. Todo cambia cuando aparecen repentinamente en escena el hombre (Ed Harris), que es un gran admirador de la obra del poeta y la mujer (Michelle Pfeiffer), que invaden la intimidad de la pareja, con la anuencia del creador, necesitado del halago para poder volver a escribir. La aparición de sus dos hijos adultos (Brian y Domhnall Gleeson), cuyos celos y suerte recuerdan a Caín y Abel, desencadenan el frenético desenlace, cuyo simbolismo va en aumento hasta la explosión final del eterno retorno.

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