martes, 5 de septiembre de 2017

“JOHNNY CIEN PESOS: CAPITULO DOS”

No era mala idea filmar veinte años después “Johnny Cien Pesos” (1993), una película policial, pero que reflejó sin querer el Chile post Pinochet con inusual lucidez.

Sobre todo, si la iba a dirigir y producir el mismo director, el cineasta chileno-alemán Gustavo Graef-Marino; pero la verdad es que esta segunda versión, “Johnny Cien Pesos: Capítulo Dos” (2017) decepciona principalmente por problemas en el guion. Graef-Marino, de 61 años, dirigió un largometraje antes del primer Johnny Cien Pesos, la cinta “La Voz” (1989) y después, dos cintas hollywoodenses, “Enemigo de mi Enemigo” e “Instinto Letal”, que al parecer lo alejaron de la realidad nacional.

En las primeras escenas, la cinta entusiasma por la aparición en cuadro de Johnny Cien Pesos, al salir de la cárcel después de veinte años de condena e interpretado por el mismo actor, Armando Araiza, quien tiene una fuerte presencia ante la cámara, a pesar de algunos ripios en su actuación.

Con un montaje paralelo, en que se va alternando su encuentro con un hijo que no conocía, Juan (Lucas Bolvarán) y con su madre; y con una amiga de aquel, Bárbara (Luciana Echeverría); y con el secuestro de Isidora (Ignacia González), en que se ve obligado a participar, como una condena por su pasado delictual, la película entretiene en su primera media hora.

Luego, los problemas de guion se hacen evidentes. El personaje del mafioso, Moni (Juan Pablo Bastidas) no convence; parece gringo pero pontifica sobre la juventud y la realidad chilena. Juan no se comporta como si corriera peligro su vida y la de su padre. Isidora tampoco parece que estuviera secuestrada, sino más bien como que estuviera de picnic. El propio Johnny recibe una lección de manejo de su hijo y se transforma de inmediato en un conductor de película.

Así, suma y sigue, lo que provoca el tedio del espectador. Para llegar al final feliz ocurren una serie de incongruencias: Johnny se encuentra con uno de sus secuestrados hace veinte años, mata a una serie de personajes y sale libre de polvo y paja, contando con la anuencia de la Comisario Aguilera (Francisca Gavilán), transformado en un restaurador de libros antiguos, millonario e intelectual. Definitivamente no es el reflejo del Chile actual.

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