martes, 10 de enero de 2017

“UN MONSTRUO VIENE A VERME”

La infancia es la clave para interpretar la vida de casi todos los seres humanos, sobre todo de aquellos que tienen una sensibilidad especial y que se trazan objetivos con cierto grado de ambición.

Esta podría ser una de las conclusiones de la cinta “Un Monstruo Vino a Verme” (2016), dirigida por el cineasta español Juan Antonio Bayona y basada en la novela homónima del escritor y guionista Patrick Ness. La película se construye en torno a la vida de un niño de doce años, Conor (Lewis MacDougall), que vive en Inglaterra solo con su madre (Felicity Jones), la cual está enferma de cáncer terminal, lo cual le ocasiona terribles pesadillas, ya que la ama entrañablemente.

En estos sueños cobra vida un gran árbol, un tejo, que en principio es un monstruo (Liam Neeson), que viene a ver a Conor; pero con el correr de las escenas el espectador y el niño se dan cuenta que en realidad viene a ayudarlo a asumir sus miedos y por lo tanto a crecer.

Bayona, de 41 años, había dirigido anteriormente dos largometrajes: “El Orfanato” (2007) y “Lo Imposible” (2012); los que demuestran un estilo basado en el desarrollo psicológico de los personajes, a través de una cámara escudriñadora, que repara en los detalles y en la plasticidad del encuadre.

Estos aspectos son fundamentales ya que a Conor le gusta dibujar y tiene una imaginación desbordante, que puebla sus sueños y su fantasía, herencia de su madre, con la cual tiene una conexión tremenda. En este contexto, no puede ser buena la relación con su abuela materna (Sigourney Weaver), a pesar de que ésta adora a su hija y quiere mucho a su nieto; pero éste la identifica con la pronta muerte de su madre, ya que ocurrida ésta tendrá que irse a vivir con ella. Lo mismo ocurre con su padre (Toby Kebbell), que vive en Estados Unidos y al cual ve muy poco, a pesar de lo mucho que lo necesita.

El mayor acierto de la cinta es la relación de discípulo y mentor, que se va estableciendo entre Conor y el árbol gigante; tanto así que éste adquiere un grado de humanidad y realidad irrefutables, situación que plantea una vez más que los sueños y los recuerdos son tan concretos y gravitantes en la formación de las personas como la vida cotidiana y la vigilia, haciéndose borroso el límite entre los diversos estados de la conciencia.

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