martes, 7 de enero de 2014

“EL LOBO DE WALL STREET”

Los delincuentes son el reflejo de los límites a los cuales puede llegar una sociedad, tanto en sus niveles de violencia como en lo moral. En esta última línea, los pillos de terno y corbata, como se les llama a los estafadores, son un claro ejemplo del camino que pueden tomar algunos cuando la codicia y la ambición superan cualquier medida.

Por esta razón es tan interesante la historia del corredor de valores Jordan Belfort, que en la década de los 90 en Estados Unidos amasó una increíble fortuna a punta de engañar a sus clientes, sobrevalorando las acciones que vendía y luego haciendo negocios con el dinero de sus clientes, aprovechando la información privilegiada que poesía.

“El Lobo de Wall Street” (2013), dirigida y producida por el cineasta estadounidense Martin Scorsese, es la historia de Belfort, desde su propia perspectiva, ya que está basada en su autobiografía; y está contada con un ritmo desenfrenado, como fue su propia vida, que no hacen pesadas las tres horas que dura la cinta.

Scorsese es considerado uno de los directores contemporáneos más importantes, con verdaderos clásicos como “Taxi Driver” (1976), “Toro Salvaje” (1980), “El Rey de la Comedia” (1982), “La Ultima Tentación de Cristo” (1988), “Buenos Muchachos” (1990), “El Cabo del Miedo” (1991), “La Edad de la Inocencia” (1993), “Casino” (1995) y las más recientes “Pandillas de Nueva York” (2002), “Infiltrados” (2006), “La Isla Siniestra” (2010) y “La Invención de Hugo” (2011), maestría que mantiene en este estreno.

Jordan Belfort (un acertado Leonardo di Caprio) representa a cabalidad el “sueño americano”, aquel precepto de que Estados Unidos es la tierra de las oportunidades, en que prácticamente no hay restricciones para los negocios, ya que con dinero se puede comprar y vender cualquier cosa. Para desgracia de Belfort se topó con el agente Denham del FBI (Kyle Chandler), el que lo persiguió hasta cazarlo y obligarlo a delatar a todos sus cómplices, los principales Donnie (Jonah Hill) y Nicky (P.J.Byrne), que lo ayudaron a construir su imperio de naipes.

Las drogas, el sexo, el alcohol y la vida desenfrenada desbordan la cinta de Scorsese; saturando las imágenes y las escenas, produciendo en el espectador una sensación de vértigo y vacío, que reflejan a cabalidad lo que fue Belfort en sus años de gloria, en sus días más allá de la moral.

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