El cine tiene una capacidad
evocadora innegable, que no sólo lo hace ideal para recrear episodios
históricos de un país, sino también para obligar a los espectadores a tomar una
posición frente a esos hechos, que muchas veces fueron fundamentales en el
desarrollo posterior.
Esto es lo que ocurre con la
cinta “No” (2012), dirigida y producida por el cineasta chileno Pablo Larraín,
que recrea los días del Plebiscito de 1988, cuyo resultado obligó al General
Pinochet a entregar el poder un año y medio después a la Concertación de
Partidos por la Democracia.
Larraín, de 36 años, forma parte
de la nueva generación de cineastas chilenos y este es su cuarto largometraje.
Antes dirigió “Fuga” (2006), “Tony Manero” (2008) y “Post Mortem” (2010); y en
todas ellos, salvo en la pretenciosa “Fuga”, reinterpreta con talento y acierto
la realidad nacional con posterioridad al Golpe de Estado de 1973 y antes del
retorno a la democracia en 1990.
“No” se inscribe en esta misma
línea, aunque ahora se desplaza al límite final de la dictadura, con el retrato
de esa gesta cívica y social que fue lo logrado en el Plebiscito de 1988, con
la manifestación de la voluntad popular, a pesar del miedo y de la represión
ejercidos por el gobierno militar.
Con un tono semidocumental,
expresado en el tratamiento de los personajes, en el equilibrio de las acciones
e incluso en la tonalidad del color del filme; Larraín reconstruye esos días a
través de lo que fue la Campaña del No, por parte de la Concertación; liderada
por el publicista René Saavedra (Gael García Bernal), que trabajaba en una
agencia cuyo propietario, Luis Guzmán (Alfredo Castro) estuvo a cargo de la
Campaña del Sí, por lo cual el espectador ve las dos caras de la moneda.
Saavedra es separado de Verónica (Antonia Zegers),
activista opositora, y tienen un hijo pequeño que vive con él, lo que le da al
personaje estabilidad y credibilidad humana. Por otro lado, el jefe de Saavedra
en la Campaña, Urrutia (Luis Gnecco), es tan burgués como el Ministro
Secretario General de Gobierno (Jaime Vadell), lo que entendemos no es casual,
sino que se lee como una crítica, en el sentido de que el acceso al poder en
nuestro país siempre está radicado en la misma clase social.
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