martes, 22 de mayo de 2012

"BONSAI"


La vida es un  juego de imágenes. Y muchas veces, cuando nos damos cuenta que ya no queremos seguir jugando, es demasiado tarde. En eso la vida  se parece a una película o a una novela.
"Bonsai" (2011), escrita y dirigida por el cineasta valdiviano Cristián Jiménez, y basada en la novela de Alejandro Zambra, asume esta relación entre vida y arte, configurando una interesante cinta de este realizador que se incorpora a la nueva generación de directores nacionales con algo que decir y por lo tanto que retratan a la sociedad chilena del nuevo milenio. 

Jiménez, de 37 años, había dirigido con anterioridad el largometraje "Ilusiones öpticas" (2009). Su discurso cinematografico está plagado de referencias culturales, especialmente literarias. En "Bonsai" el gran referente es el novelista francés Marcel Proust y sus siete tomos de "En la Búsqueda del Tiempo Perdido". De hecho, el protagonista, Julio (Diego Nogueira) es un estudiante de Literatura y Linguística en la Universidad Austral de Valdivia y en una de sus primeras clases, el profesor pregunta a la clase ¿quién ha leído a Proust?; dejando en claro que el que no lo ha hecho es una especie de delincuente.
La narración va y viene entre ese período, en que Julio es feliz en su vida estudiantil junto a su compañera Emilia (Nathalia Galgani), y su vida en Santiago ocho años después, en que trata de impresionar a su vecina Blanca (Trinidad González), intérprete en inglés y alemán, haciéndole creer que está trabajando como corrector con un escritor famoso, Gazmuri (Hugo Medina), lo que es falso y que lo obliga a escribir una novela para sustentar la farsa.
En la cinta se plantea una oposición entre provincia y capital, entre periferia y centro. Julio quiere ser escritor, para lo cual, piensa, debe trasladarse a Santiago, aunque en la capital sobreviva haciendo clases particulares de latín y pretendiendo ser otro que no es. Con el tiempo valorará su pasado libre e irresponsable de estudiante y el amor sin dobleces de Emilia, en que vivían la creación como un acto cotidiano, reflejado en la lectura diaria en voz alta de un libro, antes de dormirse.
Sin querer, Julio se transforma en un personaje de la novela que está escribiendo, en un juego de simulaciones, que a las claras es un camino equivocado o un paso en falso; que Jiménez recrea con inteligencia y honestidad. A pesar de todo, el espectador queda con la sensación de que en este trance el protagonista ha madurado, a pesar de lo perdido, y que tiene aún la vida por delante, al menos ha aprendido a mirar y a escucharse a sí mismo.

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