La vida es un
juego de imágenes. Y muchas veces, cuando nos damos cuenta que ya no
queremos seguir jugando, es demasiado tarde. En eso la vida se parece a una película o a una novela.
"Bonsai" (2011), escrita y dirigida por el
cineasta valdiviano Cristián Jiménez, y basada en la novela de Alejandro
Zambra, asume esta relación entre vida y arte, configurando una interesante
cinta de este realizador que se incorpora a la nueva generación de directores
nacionales con algo que decir y por lo tanto que retratan a la sociedad chilena
del nuevo milenio.
Jiménez, de 37 años, había dirigido con anterioridad
el largometraje "Ilusiones öpticas" (2009). Su discurso
cinematografico está plagado de referencias culturales, especialmente
literarias. En "Bonsai" el gran referente es el novelista francés
Marcel Proust y sus siete tomos de "En la Búsqueda del Tiempo
Perdido". De hecho, el protagonista, Julio (Diego Nogueira) es un estudiante
de Literatura y Linguística en la Universidad Austral de Valdivia y en una de
sus primeras clases, el profesor pregunta a la clase ¿quién ha leído a Proust?;
dejando en claro que el que no lo ha hecho es una especie de delincuente.
La narración va y viene entre ese período, en que
Julio es feliz en su vida estudiantil junto a su compañera Emilia (Nathalia
Galgani), y su vida en Santiago ocho años después, en que trata de impresionar
a su vecina Blanca (Trinidad González), intérprete en inglés y alemán,
haciéndole creer que está trabajando como corrector con un escritor famoso,
Gazmuri (Hugo Medina), lo que es falso y que lo obliga a escribir una novela
para sustentar la farsa.
En la cinta se plantea una oposición entre provincia y
capital, entre periferia y centro. Julio quiere ser escritor, para lo cual,
piensa, debe trasladarse a Santiago, aunque en la capital sobreviva haciendo
clases particulares de latín y pretendiendo ser otro que no es. Con el tiempo
valorará su pasado libre e irresponsable de estudiante y el amor sin dobleces
de Emilia, en que vivían la creación como un acto cotidiano, reflejado en la
lectura diaria en voz alta de un libro, antes de dormirse.
Sin querer, Julio se transforma en un personaje de la
novela que está escribiendo, en un juego de simulaciones, que a las claras es
un camino equivocado o un paso en falso; que Jiménez recrea con inteligencia y
honestidad. A pesar de todo, el espectador queda con la sensación de que en
este trance el protagonista ha madurado, a pesar de lo perdido, y que tiene aún
la vida por delante, al menos ha aprendido a mirar y a escucharse a sí mismo.
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