martes, 17 de abril de 2012

“LA DAMA DE NEGRO”

Es curioso que una cinta de terror bien realizada siempre logre el efecto deseado: mantener al espectador en vilo y hacerlo saltar cada vez que aparece en pantalla algo escabroso repentinamente o una imagen shock, aunque hayamos visto muchísimas películas de este género.

Es el caso de “La Dama de Negro” (2012), dirigida por el británico James Watkins y basada en la novela homónima de la también inglesa Susan Hill, que fue publicada en 1983. Watkins, de 44 años, había dirigido anteriormente sólo un largometraje, “El Lago del Edén” (2008), que no ha sido estrenado en Chile.

“La Dama de Negro” es una historia de fantasmas, ambientada principalmente en una vieja y oscura casona, ubicada en un pequeño pueblo del campo inglés; al cual debe viajar en tren el joven abogado Arthur Kipps (un apropiado Daniel Radcliffe), para ordenar los papeles de la propiedad, ya que sus habitantes han fallecido todos en extrañas circunstancias y la idea es venderla.

Kipps, un individuo bastante racional, se encuentra más predispuesto a creer en espíritus, ya que ha recientemente ha quedado viudo de Stella (Sophie Stuckey), con un pequeño hijo de cuatro años, Joseph (Misha Hardley), quien lo alcanzará en unos días en el mismo pueblo, junto a la Nana, para tomar unos días de descanso.

En el tren conoce al rico hacendado Daily (Ciarán Hinds), su gran aliado en lo que vendrá, ya que el pueblo está lleno de vecinos supersticiosos, que piensan que no hay agitar para nada los objetos ni la historia de la vieja casona, por una suerte de maldición que allí existe, en la cual la Dama de Negro tiene un rol clave.

La cinta maneja acertadamente el suspenso, mediante apropiados movimientos de cámara y montaje, iluminación en tonos grises y negros y música dramática (del compositor estadounidense Marco Beltramí). Estos recursos, si bien no son ninguna novedad en la historia del cine, son efectivos en este filme; que logra el principal objetiva de una película de terror: remover en el espectador ese miedo ancestral a lo desconocido, a lo que escapa a la lógica racional y nos conecta con el mayor de los horrores, la muerte.

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