Las epidemias,
así como las guerras, tienen un rostro terrible que implica muerte y
destrucción; pero también tienen una trastienda poco conocida que significa
grandes negocios para los que aprovechan la oportunidad y producen y venden las
vacunas y las armas, respectivamente.
“Contagio”
(2011), con dirección y cámara del estadounidense Steven Soderbergh, muestra
los dos rostros de una epidemia, causada por un nuevo virus, producto del cruce
de la saliva de murciélago y cerdo, a través de un alimento común, la banana;
cuyo origen es el Japón y que es traída a Estados Unidos por una ejecutiva de
una empresa, Beth Emhoff (Gwyneth Paltrow).
La cinta muestra
el rápido contagio de este fuerte, mortal y adaptable virus; del cual, en un
principio, se desconoce remedio. Primero es su hijo, que fallece a las pocas
horas al igual que la madre, ante la mirada atónita del padre, Mitch (Matt
Damon), el cual es inmune a la enfermedad.
La investigación
y acciones frente al mal, que rápidamente se extiende por todo el mundo, se
concentran en los organismos oficiales, cuyas preocupaciones mezclan la
medicina, el reconocimiento científico y el olfato de los laboratorios y
agencias por la posibilidad de grandes negocios, tras el sufrimiento humano.
Soderbergh, de
48 años, director de importantes cintas como “Sexo, Mentiras y Video”,
“Trafic”, “Erin Brockovich”, “Solaris”, “Che” y “Ocean’s Eleven”, entre otras;
muestra notablemente, a través de narraciones paralelas, como un evento global
como una epidemia, mueve diversos intereses y provoca distintos escenarios.
Por un lado los
enfermos; por otro los médicos e investigadores; cuyo rol es la bisagra entre
los afectados y los inescrupulosos emprendedores y aprovechadores, como el
periodista de internet, Alan Krumwiede (Jude Law), que utiliza el miedo de la
gente, para posicionarse y hacer uña pequeña fortuna.
El filme se
centra en el accionar de los médicos Ellis Cheever (Laurence Fishburne),
Leonora Orantes (Marion Cotillard), Erin Mears (Kate Winslet) e Ian Sussman
(Elliot Gould), que se equilibran peligrosamente entre la preocupación social y
humanitaria y la discriminación, el poder y el lucro, que rondan detrás de todas
las desgracias.
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