Mucho se ha dicho que Raúl Ruiz
(1941-2011) es el más importante cineasta chileno de la historia, cosa que
también asevero. Y presento este filme (del cual se estrenó la primera parte)
como prueba de lo que digo.
“Los Misterios de Lisboa” (2010)
fue la última película que Ruiz dirigió en su totalidad, está basada en la
novela homónima del escritor portugués Camilo Castelo Branco y reúne lo mejor
de su particular estilo, que no teme a hacer patente sus influencias literarias,
teatrales y pictóricas, como los grandes cineastas que asumen las ascendencias
del cine y su ubicación dentro de la historia de la cultura.
En este contexto, no es casual la
elección de la novela de Castelo Branco para el período final de su obra, ya
que en ella existen diversos elementos que están presentes en toda su
filmografía: misterios que se van develando o enredando de a poco y que nos
señalan que la realidad no es una sola, narraciones que se cruzan y que mezclan
lo literario y lo visual; diversos puntos de vista, de acuerdo a los
personajes; es decir un cine complejo, que requiere de un espectador que valora
la inteligencia, la ironía y la emoción contenida.
Ambientada en el siglo XIX, “Los
Misterios de Lisboa” recoge notablemente el romanticismo de la época, pero
también aquel que atraviesa todas las relaciones sentimentales signadas por la
tragedia y el drama. Los personajes protagónicos así lo atestiguan: el pequeño
Pedro da Silva, que vive en internado católico y que no sabe quiénes son sus
padres; su madre, Angela de Lima (María Joao Bastos), viuda de su amor
verdadero y esposa a la fuerza del Conde de Santa Bárbara (Albano Jerónimo),
quien la atormenta en contra de sí mismo.
Como personajes que equilibran moralmente las acciones, y
que imponen justicia en un mundo sin esperanza, son el notable Padre Dinos
(Adriano Luz), que también en otros momentos de la historia tiene la identidad
del gitano Sabino Cabra y del caballero Sebastián de Melo; y el excéntrico
caballero Alberto de Magalhaes (Ricardo Pereira), que además es al comienzo el
oscuro Come-Facas; en una clara alusión a que no sólo las cosas no son como
parecen, sino que las personas pueden cambiar y tener varios rostros, en el
caleidoscopio que es la vida humana.
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