El transcurso del tiempo y la
inmortalidad han sido preocupación permanente de los creadores; pero el cine se
presta mejor que muchas otras disciplinas para concretar en imágenes el
producto de la imaginación más desaforada.
“El Precio del Mañana” (2011),
escrita, producida y dirigida por el neozelandés Andrew Niccol; es una buena
muestra de cine fantástico, que asume con originalidad estos temas
fundamentales de la condición humana, que surgen por la fragilidad y
transitoriedad de la existencia.
En una sociedad indefinida, los seres humanos tienen un
reloj de tiempo, que se activa a los veinticinco años, con lo cual quedan con
este aspecto juvenil mientras vivan. Desde entonces, y con este tiempo, deben
comprar la comida y los servicios que les presta la ciudad. Evidentemente hay
algunos que poseen más tiempo, ya sea porque son prestamistas o por fortuna
familiar. Estos viven en el mejor sector de la ciudad y los pobres en el
guetto, donde a cada rato mueren en la calle aquellos que se les acaba el
tiempo, mientras los otros privilegiados pueden gozar la “inmortalidad”.
Will Salas (Justin Timberlake),
que vive junto a su atractiva madre Rachel (Olivia Wilde) en el guetto,
interviene en el “suicidio” de un millonario, que se ha cansado de no morir y
que finalmente le cederá graciosamente su tiempo, lo que le traerá
consecuencias impensadas y le hará reflexionar sobre las injusticias del
sistema y cómo modificarlo, tal cual lo hizo en algún momento su desaparecido
padre.
La extraña muerte del millonario
llamará la atención de los Guardianes del Tiempo, a cargo de Raymond Leon
(Cillian Murphy), encargados de mantener el statu quo social, como una policía
que cuida que las cosas permanezcan sin modificaciones. En su incursión a la
zona privilegiada, Salas conocerá a la bella Sylvia Weiss (Amanda Seyfried),
hija del multimillonario y prestamista Phillippe Weiss (Vincent Kartheiser),
convirtiéndose en una pareja de asaltantes anarquistas, que roban tiempo para
entregárselo a los desposeídos, provocando una hecatombe financiera y una
fisura en el sistema, el cual es una metáfora de las inmisericordes sociedades
capitalistas y su ley de la selva.
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