martes, 8 de noviembre de 2011

“EL PRECIO DEL MAÑANA”


El transcurso del tiempo y la inmortalidad han sido preocupación permanente de los creadores; pero el cine se presta mejor que muchas otras disciplinas para concretar en imágenes el producto de la imaginación más desaforada.

“El Precio del Mañana” (2011), escrita, producida y dirigida por el neozelandés Andrew Niccol; es una buena muestra de cine fantástico, que asume con originalidad estos temas fundamentales de la condición humana, que surgen por la fragilidad y transitoriedad de la existencia.

En una sociedad indefinida, los seres humanos tienen un reloj de tiempo, que se activa a los veinticinco años, con lo cual quedan con este aspecto juvenil mientras vivan. Desde entonces, y con este tiempo, deben comprar la comida y los servicios que les presta la ciudad. Evidentemente hay algunos que poseen más tiempo, ya sea porque son prestamistas o por fortuna familiar. Estos viven en el mejor sector de la ciudad y los pobres en el guetto, donde a cada rato mueren en la calle aquellos que se les acaba el tiempo, mientras los otros privilegiados pueden gozar la “inmortalidad”.

Will Salas (Justin Timberlake), que vive junto a su atractiva madre Rachel (Olivia Wilde) en el guetto, interviene en el “suicidio” de un millonario, que se ha cansado de no morir y que finalmente le cederá graciosamente su tiempo, lo que le traerá consecuencias impensadas y le hará reflexionar sobre las injusticias del sistema y cómo modificarlo, tal cual lo hizo en algún momento su desaparecido padre.

La extraña muerte del millonario llamará la atención de los Guardianes del Tiempo, a cargo de Raymond Leon (Cillian Murphy), encargados de mantener el statu quo social, como una policía que cuida que las cosas permanezcan sin modificaciones. En su incursión a la zona privilegiada, Salas conocerá a la bella Sylvia Weiss (Amanda Seyfried), hija del multimillonario y prestamista Phillippe Weiss (Vincent Kartheiser), convirtiéndose en una pareja de asaltantes anarquistas, que roban tiempo para entregárselo a los desposeídos, provocando una hecatombe financiera y una fisura en el sistema, el cual es una metáfora de las inmisericordes sociedades capitalistas y su ley de la selva.

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