viernes, 29 de abril de 2011

“03:34 TERREMOTO EN CHILE”

Los desastres naturales, los excepcionales logros deportivos y los grandes accidentes siempre han sido buen material para el cine que busca retorno comercial, ya que las emociones humanas se ven catalizadas por la veracidad y legitimidad que el espectador otorga a las imágenes cinematográficas.

Pocas veces dichos productos calan hondo en las motivaciones y abismos humanos o en las fuerzas despiadadas y descomunales de la naturaleza, que cada cierto tiempo ejerce, y cada vez con mayor frecuencia, sobre la fragilidad de nuestra especie; sino que se quedan en una narración superficial, que registra hechos intensos, a través de la técnica que se conoce como “imagen shock”.

El terremoto, y posterior tsunami, que se produjo el 27 de febrero de 2010 a las 03:34 horas, es un fenómeno ideal para explotar esta veta melodramática y sentimental, ya que tuvo efectos ligados a los mayores temores humanos: muerte, desolación, desarraigo, pillaje, delito, emociones a flor de piel.

Lamentablemente “03:34 Terremoto en Chile” (2011), dirigida por el debutante Juan Pablo Ternicier y con guión de Mateo Irribarren, no supera la superficialidad de los hechos y desperdicia la oportunidad para bucear con rigor no sólo en la idiosincrasia nacional, sino también en las conductas más básicas del ser humano, las que nos salvan y las que nos condenan, y que aparecen inequívocamente en cada desastre de magnitud.

De partida, no queda claro si las cuatro historias paralelas que nos cuenta el director, y que se cruzan en diversos grados, están basadas en personajes reales o ficticios. Investigando nos enteramos que aparentemente son reales, lo que se podría haber definido simplemente colocando al principio de la cinta una nota aclaratoria al respecto.

Esto hace perder fuerza al relato, que se inicia con un plácido día de verano en la playa de Dichato, donde un padre separado, Manuel (Marcelo Alonso), juega con sus dos hijos, mientras su ex mujer, Alicia (Andrea Freund), trata de divertirse con unos amigos en la playa de Pichilemu.

Con un montaje paralelo nos enteramos de la llegada a la cárcel de Chillán de Maureira (Roberto Farías), un matón deslenguado de marca mayor; el cual debe compartir celda con otro reo (Fernando Gómez Rovira), con el cual tiene una constante agresividad. En Concepción, mientras tanto, una pequeña que vive con sus abuelos (Hugo Medina y Gabriela Medina), celebra su cumpleaños sin mucha convicción.

Por último, con saltos no del todo resueltos, vemos a un grupo de jóvenes de vacaciones, donde resaltan la atractiva Ana (Loreto Aravena); su arrogante pololo Rafael (Eduardo Paxeco) y su eterno pretendiente Felipe (Andrés Reyes).

El terremoto y posterior tsunami hará surgir en todos ellos lo mejor y peor de sí mismos: el amor filial, la venganza, la ambición; pero la verdad que la supuesta recreación documental del filme es más de un thriller de acción, que de un desastre que aún tiene profundas repercusiones en la vida de muchos chilenos.

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