miércoles, 9 de marzo de 2011

“BIUTIFUL”

Barcelona es una de esas ciudades que tienen un aura de misterio y de atracción fuera de lo común. No por nada es uno de los principales destinos turísticos y de viajes del mundo.

Pero la realidad, incluidas las ciudades y las personas, tienen un lado oscuro. “Biutiful” (2010), dirigida, escrita y producida por el cineasta mexicano Alejandro González Iñárritu muestra no sólo el otro lado de Barcelona, icono del desarrollo europeo de la segunda mitad del siglo XX, sino también la realidad de aquellos habitantes que toda ciudad quiere esconder y no desea reconocer.

Desde su nombre esta película señala que existe la superficie de las cosas, resaltada por el brillo de lo aceptado, y otra realidad que tiene que ver con la “pronunciación” cotidiana. Cuando Ana (Hanaa Boudraib), la pequeña hija del protagonista, Uxbal (Javier Bardem), le pregunta a su padre, haciendo una tarea, cómo se escribe “beautiful”, éste se lo deletrea fonéticamente, como diciéndonos que no está para aderezos.

Y de hecho es así. Uxbal está bendecido por un don: puede conversar con los espíritus, luego de que una persona recién ha fallecido, lo cual es muy valorado por algunos deudos; pero su desgracia es mayor: tiene cáncer terminal a la próstata y su esposa, Marambra (Maricel Alvarez) es alcohólica; por lo cual tiene la potestad de Ana y del más pequeño Mateo (Guillermo Estrella).

Eso a nivel personal, pero a nivel de ciudad, Uxbal piensa que hay que darle una mano a los emigrantes ilegales; en este caso africanos y chinos. A los primeros los ayuda para vender en las calles los productos que elaboran un grupo de chinos, en precarias condiciones en un sótano, explotados por otros dos chinos inescrupulosos.

Es decir, el anverso de la Barcelona medieval y turística, de la ciudad industrial y cultural; en retratos, en todo caso, que jamás pierden su humanidad y complejidad, ni siquiera cuando aparece el hermano de Uxbal, Tito (Eduard Fernández), un cínico que aprovecha el permanente desarrollo inmobiliario de toda gran ciudad, que utiliza la mano de obra más barata.

Esta densidad es característica del cine de González Iñárritu, 47 años, que ya había dirigido tres destacados largometrajes: “Amores Perros” (2000), “21 Gramos” (2003) y “Babel” (2006); que demuestran, por un lado, sus preocupaciones existenciales y sociales y, por otro, su buen manejo del lenguaje cinematográfico, manifestado en la composición visual, en la utilización de primeros planos para expresar el estado anímico de los personajes y en el rescate de los detalles, que retratan el estado de las cosas en una historia personal, en una familia, en una casa, en un barrio y en una ciudad, que, como en el poema de Constantino Cavafis, puede ser cualquiera.

El montaje, que utiliza en este caso para poner en relieve el desorden y la desesperación de vidas frágiles y condenadas; las cuales, a pesar de todo, tienen un mínimo de esperanza, simbolizada en Ige (Dianyatou Daff), que pudiendo regresar a Africa con una gran suma de dinero, opta por quedarse con su bebé y cuidar a los desamparados hijos de Uxbal.

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