lunes, 7 de febrero de 2011

“MAS ALLA DE LA VIDA”

Es increíble como los estudios no respetan ni siquiera las cintas de los grandes maestros. Al ver la sinopsis de “Más Allá de la Vida” (2010) de Clint Eastwood da la impresión de que es un filme sobre espíritus y fantasmas, bastante efectista.

Nada más alejado de la realidad. Era extraño que un cineasta serio como Eastwood tomara el camino fácil para tratar el tema de la muerte y de lo que ocurre “después de aquí”, como es literalmente el título de la cinta. Con cintas como “Gran Torino”, “Río Místico”, “Cartas desde Iwo Jima”, “Los Puentes de Madison”, “Million Dollar Baby” y “Bird”, entre muchas otras, Eastwood, con 80 años de edad, había demostrado en muchos aspectos ser ya un clásico.

Esto sobre todo porque siempre Eastwood prefiere el énfasis en el desarrollo de los personajes y sus cavilaciones morales y existenciales, ante cualquier parafernalia técnica o efectismo. En “Más Allá de la Vida” ocurre algo similar, a pesar de que la película comienza nada menos que con un tsunami en el sudeste asiático, en un pueblo turístico, donde se encuentran de vacaciones la periodista y conductora televisiva francesa Marie Lelay (Cecile de France), junto al director del programa, Didier (Thierry Neuvic).

A pesar del realismo de la gran ola, la acción no se concentra en sus efectos globales, sino en lo que le sucede a Marie y a una pequeña niña y su peluche, que estaban junto a ella, al momento de huir, seres ínfimos ante la fuerza desatada de la naturaleza. En términos teóricos Marie alcanza a estar muerta un par de minutos, antes de volver a la vida, período en que tendrá visiones del paso al más allá, visiones que cambiarán su vida laboral y personal y que la llevarán a escribir un libro sobre su experiencia.

Este es uno de los tres hilos narrativos de la cinta, que se irán cruzando como en una trenza, para enseñar al espectador que hay vidas únicas y sensibles que, con un poco de voluntad, están destinadas a encontrarse, acompañarse y protegerse de quienes no comprenden estas particulares personalidades.

El hilo central del filme lo conforma la historia del otrora famoso psíquico estadounidense George Lonegan (Matt Damon), que ha abandonado el oficio de vidente, ya que lo considera una maldición, que le impide tener una vida normal y lo obliga a vivir en permanente cercanía con la muerte; a pesar de la insistencia, por razones comerciales, de su hermano mayor Billy (Jay Mohr), para que vuelva a ejercer estas capacidades únicas, que lo transforman en un puente entre los vivos y sus seres queridos fallecidos.

En este trance lo descubre el pequeño Marcus (George McLaren), al cual se le ha muerto recientemente su hermano gemelo Jason (Frankie McLaren) y está obsesionado con comunicarse con él. La muerte ha dividido a estos dos hermanos, que en la vida eran una unidad impresionante de fortaleza, con una madre alcohólica y drogadicta.

La persistencia de Marcus, la sensibilidad de George y la belleza de Marie son de una humanidad que estremece. Dan la impresión de ser distintas caras de una piedra preciosa. El respeto y la honradez hacia estos personajes por parte de Eastwood hacen sentir al espectador que está presenciando un trozo de vida, en esa etapa crítica de tránsito hacia la muerte, como una reflexión más del propio director, que sabe que ésta es parte inmanente de la vida.

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