jueves, 16 de septiembre de 2010

“REGRESO A LA MANSION BRIDESHEAD”

Siempre se agradece una buena adaptación cinematográfica de un gran libro, como en el caso de “Regreso a la Mansión Brideshead” (2008), dirigida por el británico Julian Jarrold y basada en la novela homónima del escritor inglés Evelyn Waugh.

Estas es una de las novelas más importantes del gran escritor británico Waugh (1903-1966), gran retratista y crítico de la alta sociedad inglesa. Y Jarrold, de 50 años, está a la altura de las circunstancias.

Con una larga carrera en la televisión, dirigiendo series y telefilmes, Jarrold dirige su primer largometraje para el cine en el 2005: “Kinky Boots”, que no se vio en Chile. Pero en su segundo largometraje, “La Joven Jane” (2007), basada en las cartas de la escritora estadounidense Jane Austen, el cineasta demostró su buen oficio y su capacidad no sólo para recrear ambientes y culturas pretéritas, sino para captar lo esencial del espíritu de la obra original.

En este caso, es lo inasible que resulta en muchos casos la existencia humana, sobre todo cuando se dejan pasar los momentos claves de decisión o cuando existe una cierta fatalidad, marcada por los límites que imponen las clases sociales, los roles asumidos por el peso inmenso de la tradición o por la falta de voluntad y carácter de los protagonistas de la historia.

En “Regreso a la Mansión Brideshead”, ambientada en Inglaterra en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, el protagonista, el joven Charles Ryder (Matthew Goode), de familia pequeño burguesa, acude a estudiar Historia a Oxford, a pesar de que quiere ser pintor. Allí conoce a “lord” Sebastián Flyte (Ben Whishaw), refinado homosexual de la aristocracia, que le permitirá acceder a mundos y costumbres insospechadas y anheladas profundamente por Ryder, entre ellos el fabuloso Palacio Brideshead, con sus valiosas pinturas y esculturas.

Con su madre muerta cuando era pequeño y con un padre frío (Patrick Malahide), Charles se convierte en el mejor amigo del decadente Sebastián; y en esta posición conoce a su madre, Lady Marchmann (Emma Thompson) y a su hermosa hermana, Julia (Hayley Atwell), que se transformará en su amor imposible, obsesión y frustración que lo acompañará toda su vida, incluso cuando llegue a ser un gran pintor y durante su participación como oficial en la Segunda Guerra.

La verdad que es tal la importancia del Palacio en la historia, que pasa a ser un personaje más del filme, como símbolo inalcanzable de una sociedad esteticista y cerrada en sí misma, con ritos vacíos y anticuados y un catolicismo agobiante y represivo.

Con una narración no lineal, que hace aún más interesante la historia de Charles Ryder, quien legítimamente se pregunta al final si no habrá sido demasiado ambicioso, por intentar liberar un mundo que se cae a pedazos y que se autodestruye, sin permitir la intrusión de extraños, que sólo pueden ser testigos de este triste y bello espectáculo.

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