lunes, 6 de septiembre de 2010

“FINAL DE PARTIDA”

La muerte no sólo es el final de la vida sino también el comienzo, en un eterno retorno que hace pensar que es posible volvernos a encontrar con los seres queridos que fallecen antes que nosotros.

Esta familiaridad con la muerte facilita, por otro lado, valorar de mejor manera lo que tenemos y alcanzamos en la vida, principalmente los afectos y aquellas manifestaciones que hacen trascender la cotidianeidad, como el arte y el misticismo.

Estas ideas se encuentran muy presentes en las culturas milenarias de los países orientales y el cine es un arte que recoge de sobremanera este modo tan particular de enfrentar la existencia humana.

La cinta “Final de Partida” (2008) del japonés Yojiro Takita, ganadora ese mismo año del Oscar a la Mejor Película Extranjera, es un excelente ejemplo de esta visión de mundo y de estas ideas que en el filme se encarnan en un lenguaje cinematográfico riguroso, directo y escueto, sin sentimentalismos ni ideologismos de ningún tipo.

Takita, de 54 años, y de quien lamentablemente no conocíamos ninguna película, maneja con maestría temas que, en nuestra cultura occidental, son considerados escabrosos o simplemente se ignoran por descuido, temor y superficialidad.

El protagonista, Daigo Kobayashi (Masahiro Motoki), es un chelista que, de un día para otro, se queda sin trabajo al disolverse la orquesta en la que toca. Lo extraño es que vender su instrumento no le resulta pesaroso, ya que no estaba seguro de su talento y el chelo se lo había impuesto su padre, quien los había abandonado cuando tenía seis años y con el cual está claramente resentido.

Su opción es volver al campo, a la casa materna, con su esposa Mika (Ryoko Hirosue), donde encuentra trabajo en una Agencia que ser dedica a preparar los cuerpos de los recién fallecidos. Este contacto directo con la muerte resulta espantoso y nuevo para Daigo; y es conducido en el oficio por su sabio jefe, Ikuei (Tsutomo Yamazaki), quien le hace ver la dignidad, la gentileza y la solemnidad que puede y debe tener este momento final de despedida del occiso con su familia, quienes finalmente agradecen esta bella preocupación.

Daigo vuelve también, metafóricamente, a utilizar los Baños Públicos del pueblo, donde se reencuentra con Tsuyako (Kazuko Yoshiyuki), una sabia señora que lo conoce desde la infancia, para limpiarse de rencores y temores, lo que provocará que se reconcilie consigo mismo, con la música y finalmente con su padre, a quien “preparará” ante su muerte, en un supremo gesto de perdón y redención.

Fundamental en el entendimiento de Daigo de la soledad y arrepentimiento que implica un error irreversible es la secretaria de la empresa, Yuriko (Kimiko Yo), quien también abandonó a su hija a los seis años y que no se atreve a buscarla; en una cinta cargada de metáforas visuales magistrales, como el vuelo de los gansos y la blanca nieve, que nos inundan de permanencia e infinito.

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