viernes, 13 de agosto de 2010

“LA CINTA BLANCA”

Ya nos acostumbramos, a partir de la modernidad, a asumir la diversidad y la relativización de la verdad; pero aún resulta impresionante y difícil de digerir el concepto de la imposibilidad de la verdad.

Este es el planteamiento de fondo del filme “La Cinta Blanca” (2009) del director y guionista alemán Michael Haneke, primera película de este importante cineasta que se estrena comercialmente en Chile, a pesar de su larga y conocida trayectoria, sobre todo en los circuitos del cine de autor.

Haneke, de 68 años, había dirigido anteriormente “El Séptimo Continente” (1989), “El Video de Benny” (1992), “71 Fragmentos de la Cronología del Cambio” (1994), “El Castillo” (1997), “Funny Games” (1997 y 2007 en la versión estadounidense), “Código Desconocido” (2000), “La Pianista” (2001), “Tiempo del Lobo” (2003) y “Caché” (2005), en una cinematografía marcada en lo temático por la violencia psicológica e implícita en las relaciones humanas y en lo formal, por un modo de narrar en el que el distanciamiento y la austeridad son sus principales características.

En “La Cinta Blanca” estas marcas de estilo ya son manifestaciones de consecuencia y maestría. El filme, en blanco y negro, ambientado en un pueblo del norte de Alemania, poco antes del inicio de la Primera Guerra Mundial, muestra diversos acontecimientos de maldad, cuyos responsables quedan impunes, haciendo sentir al espectador el agobio y la inquietud que provoca la imposibilidad de alcanzar la verdad.

El pueblo mantiene una estructura feudal, ya que un Barón (Ulrich Tukur) es prácticamente dueño de él en su totalidad; y por lo tanto está ligado a las posibilidades de trabajo de sus habitantes y a la supervivencia de las familias, lo que genera un sentimiento de antipatía y resentimiento hacia su persona y su familia, acrecentado por las tremendas diferencias socioeconómicas entre ellos y los pobres campesinos.

La historia es contada en off por el profesor del pueblo (Christian Friedel), ya viejo, como sucesos que ocurrieron su juventud y de los cuales no hay certeza; quien, a través de la memoria trata de aportar claridad a una serie de sucesos de violencia inusitada ocurridos en el lugar, lo que no tiene posibilidades de lograr. La galería de personajes que vemos frente a la pantalla nos hablan de taras morales y de vicios privados, que finalmente nos convencen de que todos, de alguna manera, son responsables de los hechos relatados.

El egoísmo y descompromiso de la baronesa (Ursina Lardi); la ingenuidad y sometimiento de Eva (Leonie Benesch), la prometida del profesor; el cinismo y la rigidez moral del Pastor (Burghart Klaussner), la incapacidad de amar del médico (Rainer Bock) y el poco respeto a sí misma de la matrona (Susanne Lothar) son inequívocamente las principales causas del resentimiento, la envidia y la soterrada violencia que son capaces de desplegar los niños del pueblo hacia el orden establecido y hacia quienes representan e identifican con el poder y la represión, sin ostentar a cambio la más mínima autoridad.

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