lunes, 5 de julio de 2010

“LA CARRETERA”

El cine de autor está plagado de símbolos, que deben ser descifrados e interpretados por el espectador, dentro de las múltiples lecturas que puede tener un filme. Lo importante es que dichos símbolos estén encarnados en imágenes, personajes, situaciones y en el lenguaje cinematográfico utilizado por el director.

Cuando se trata de una adaptación de una obra literaria, estos símbolos pueden provenir del texto original; entonces la pericia y talento del cineasta consiste en recrear la esencia del contenido, a través de los recursos audiovisuales, formando un todo indivisible, que apele a los sentidos y a la inteligencia del espectador.

En su cuarto largometraje, “La Carretera” (2009), el director, el australiano residente en Canadá John Hillcoat, logra una cinta de gran potencia dramática y visual, sostenida en un guión que plantea temas humanos permanentes, como la familia, la bondad y la solidaridad, en una situación apocalíptica de destrucción de mundo, aunque el filme tiene una fuerte carga abstracta, que se vislumbra en el hecho de que los personajes no tienen nombre, son simplemente hombres, mujeres, niños, ancianos.

El filme está basado en la novela “El Camino” del escritor estadounidense Cormac McCarthy, nacido en 1933 y considerado uno de los novelistas contemporáneos más importantes de ese país. De hecho esta novela ganó el Premio Pulitzer 2007 y su anterior novela “No es País para Viejos” había sido llevada al cine por los hermanos Ethan y Joel Coen, con gran impacto.

Los grandes protagonistas del filme son un hombre (Viggo Mortensen) y su hijo de unos catorce años (Kodi Smit-McPhee), que viajan a pie hacia el sur, luego de un aparente holocausto nuclear, que se percibe en el cielo gris, los puentes y carreteras destruidas, las ciudades asoladas, los árboles secos y muertos que se caen estruendosamente, sumiendo al espectador en un clima de desesperanza y desolación, sin efectos especiales como otras cintas de este subgénero, sino por los detalles de los personajes y por una cuidada e intensa puesta en escena.

Mediante flashback el espectador se entera de que el hombre y el niño tuvieron una esposa y madre (Charlize Theron), a quien amaron mucho, pero que los abandonó y supuestamente murió, agobiada por el encierro y por la imposibilidad de perspectivas de una vida mejor, no conforme con el hecho de sólo sobrevivir.

El padre infunde al hijo valores como la capacidad de no rendirse, de reconocer a los “buenos” como el viejo (Robert Duvall), la importancia de la memoria y de la mantención del “fuego interior” en este largo viaje que, teóricamente, los llevará a una suerte de esperanza de reconstrucción en la costa sur, encontrándose con un mar gris y muerto.

Por otro lado, los antivalores se manifiestan en aquellos seres que, para sobrevivir, practican el canibalismo y que incluso encierran a otros seres humanos para irlos matando y comiéndolos de a poco. También en la carencia de piedad con el ladrón que les roba por hambre (Michael K. Williams); desviaciones que no le impiden al niño, cuando ya está solo, reconocer a otro padre (Guy Pearce) y a otro madre (Molly Parker), con dos hijos, que le permitirán seguir viajando en familia.

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