Definitivamente el cine de animación ha ido tomando en el siglo XXI un realce y un camino que van mucho más allá del público infantil, para pasar a ser la herramienta para concretar los productos más diversos y sorprendentes de la imaginación humana.
Al tradicional estudio de Walt Disney, que se asoció con el moderno Pixar, se debe agregar Dreams Works, las revisiones de los cómics de DC y Marcel, las cintas de animación de Tim Burton y la gran brecha que abrió el 2009 el filme “Avatar” de James Cameron.
En esta línea se inscribe “Nueve” (2009), ópera prima dirigida e ideada por el cineasta estadounidense Shane Acker, que no por nada fue producida por el propio Tim Burton, luego de conocer el cortometraje del mismo nombre, que Acker dirigió en 2005.
Este director, de 38 años, había dirigido además otros dos elogiados cortometrajes: “The Hangnail” (1999) y “The Astounding Talent of Mr. Grenade” (2003); y había trabajado como animador en “El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey” (2003) de Peter Jackson.
En “Nueve”, con un dibujo fino y de gran sugestión, Acker nos cuenta la historia futurista de un científico que ha creado una poderosa máquina, que puede replicarse a sí misma, supuestamente con fines pacíficos y humanitarios, para un Gobierno con claras referencias dictatoriales. El problema es que esta máquina se vuelve en contra de los humanos, desatándose una guerra apocalíptica entre hombres y máquinas.
Antes de morir, este científico crea nueve muñecos, con alma, y que resumen lo mejor de la humanidad, como un modo de preservar la esencia humana. Será precisamente el noveno de estos muñecos el encargado de liderar una lucha para destruir a la gran máquina y generar una luz de esperanza para el mundo, que a esa altura sólo tenía tonos ocres y negros.
Impresiona como estos muñecos encarnan lo mejor y algunos defectos humanos, que se manifiestan en todo grupo e institución: la jerarquía y la policía interna, al servicio de este poder; instancias que, sin embargo, terminan cayendo ante el verdadero liderazgo y la valentía, que impulsan el afecto y el deber ser.
Otro aspecto destacable son los diseños de las máquinas: sofisticadas, pero estúpidas, porque carecen de espíritu. Sólo tienen una misión programada, la destrucción de todo aquello que se asemeje a la vida; por lo cual, por lo mismo, nada tienen que hacer ante la inteligencia con sentido y pasión, como la de los queribles muñecos.
Alvaro Inostroza Bidart
jueves, 7 de enero de 2010
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