Hay cintas que tienen varias lecturas, lo cual definitivamente las hace más interesantes, sobre todo si se trata de cine chileno, cuya producción en los años recientes ha mostrado algunos largometrajes que han superado la media histórica, tanto en contenido como en estilo.
“Tony Manero” (2008), segundo largometraje del cineasta Pablo Larraín, es un buen ejemplo de filmes con varias posibilidades de interpretación. Ambientada en un barrio de clase baja de Santiago en 1978, cuenta la historia de un bailarín de quinta de recreo, Raúl Peralta (un excelente Alfredo Castro, que ofició también de guionista junto a Larraín y Mateo Iribarren), que está obsesionado con imitar a Tony Manero, el personaje central de la cinta “Fiebre de Sábado por la Noche” (1977), que interpretó John Travolta y que marcó a la generación del ’80 con la onda Disco.
Larraín, de 31 años, estudió comunicación audiovisual en la UNIACC, fue asistente de dirección del director chileno Miguel Littin y dirigió anteriormente el largometraje “Fuga” (2006), en relación a la cual “Tony Manero” significa un avance notorio.
Esta última se puede interpretar como un retrato sociológico de una clase social, en un corte temporal de la historia nacional, en años en que las posibilidades de movilidad social se encontraban profundamente contraídas y limitadas por la dictadura, telón de fondo que sale a flote a cada rato en el filme; ya sea en el constante temor de Peralta a las patrullas militares y a los agentes de inteligencia de civil, expresado en sus locas carreras por la ciudad; como en la acción concreta de estos últimos, que allanan el local donde trabaja y vive Peralta y detienen a sus compañeros de baile, Pauli (Paola Lattus) y Goyo (Héctor Morales), los cuales realizaban labor propagandística en contra del régimen.
Hay varios elementos que muestran a Peralta como un icono de su clase social: la violencia física que puede desplegar sin alterarse, como modo natural de adquirir un bien o un objetivo; o el hecho de defecar sobre la ropa de un contrincante en un concurso de baile, para dejarlo fuera de competencia y demostrarle poder.
Pero “Tony Manero” también puede tener una lectura más global, en el sentido de que Peralta puede simbolizar perfectamente el arribismo nacional y esa tendencia permanente de mirar y buscar modelos fuera de nuestras fronteras, y muy especialmente en Estados Unidos, con la ilusión de sentirnos un país desarrollado, cuando en realidad somos un país subdesarrollado, enfermo y acomplejado. Claves en este sentido son las claras manifestaciones de impotencia sexual y psíquica de Peralta, expresadas en su relación con su pareja Cony (Amparo Noguera), con la dueña de la quinta, Wilma (Elsa Poblete) y con la propia Pauli, en una escena que impacta, precisamente por la incomunicación entre los amantes, a pesar del aparente deseo y que más bien es frustración.
En lo estrictamente formal, separación sólo válida para el análisis, llama la atención el uso de la iluminación natural, del desenfoque como recurso y el buen trabajo de cámara, con una mirada directa y sin cinismos a una realidad dura y terrible, pero que es un espejo de una clase social condenada y de un país que no termina de entender que debe mirarse a sí mismo profundamente para ser mejor y más justo.
Alvaro Inostroza Bidart
“Tony Manero” (2008), segundo largometraje del cineasta Pablo Larraín, es un buen ejemplo de filmes con varias posibilidades de interpretación. Ambientada en un barrio de clase baja de Santiago en 1978, cuenta la historia de un bailarín de quinta de recreo, Raúl Peralta (un excelente Alfredo Castro, que ofició también de guionista junto a Larraín y Mateo Iribarren), que está obsesionado con imitar a Tony Manero, el personaje central de la cinta “Fiebre de Sábado por la Noche” (1977), que interpretó John Travolta y que marcó a la generación del ’80 con la onda Disco.
Larraín, de 31 años, estudió comunicación audiovisual en la UNIACC, fue asistente de dirección del director chileno Miguel Littin y dirigió anteriormente el largometraje “Fuga” (2006), en relación a la cual “Tony Manero” significa un avance notorio.
Esta última se puede interpretar como un retrato sociológico de una clase social, en un corte temporal de la historia nacional, en años en que las posibilidades de movilidad social se encontraban profundamente contraídas y limitadas por la dictadura, telón de fondo que sale a flote a cada rato en el filme; ya sea en el constante temor de Peralta a las patrullas militares y a los agentes de inteligencia de civil, expresado en sus locas carreras por la ciudad; como en la acción concreta de estos últimos, que allanan el local donde trabaja y vive Peralta y detienen a sus compañeros de baile, Pauli (Paola Lattus) y Goyo (Héctor Morales), los cuales realizaban labor propagandística en contra del régimen.
Hay varios elementos que muestran a Peralta como un icono de su clase social: la violencia física que puede desplegar sin alterarse, como modo natural de adquirir un bien o un objetivo; o el hecho de defecar sobre la ropa de un contrincante en un concurso de baile, para dejarlo fuera de competencia y demostrarle poder.
Pero “Tony Manero” también puede tener una lectura más global, en el sentido de que Peralta puede simbolizar perfectamente el arribismo nacional y esa tendencia permanente de mirar y buscar modelos fuera de nuestras fronteras, y muy especialmente en Estados Unidos, con la ilusión de sentirnos un país desarrollado, cuando en realidad somos un país subdesarrollado, enfermo y acomplejado. Claves en este sentido son las claras manifestaciones de impotencia sexual y psíquica de Peralta, expresadas en su relación con su pareja Cony (Amparo Noguera), con la dueña de la quinta, Wilma (Elsa Poblete) y con la propia Pauli, en una escena que impacta, precisamente por la incomunicación entre los amantes, a pesar del aparente deseo y que más bien es frustración.
En lo estrictamente formal, separación sólo válida para el análisis, llama la atención el uso de la iluminación natural, del desenfoque como recurso y el buen trabajo de cámara, con una mirada directa y sin cinismos a una realidad dura y terrible, pero que es un espejo de una clase social condenada y de un país que no termina de entender que debe mirarse a sí mismo profundamente para ser mejor y más justo.
Alvaro Inostroza Bidart
No hay comentarios:
Publicar un comentario