Lejos lo mejor de esta cinta nacional, inspirada en la vida de la escritora viñamarina Teresa Wilms Montt, es el rescate de este olvidado personaje de gran valor literario y fundamental en la historia de las luchas de la mujer chilena; y la actuación en el rol protagónico de Francisca Lewin, quien posee el carisma y el talento para interpretar acertadamente a esta poeta que tuvo una trágica vida, producto del machismo imperante y del conservadurismo de su familia, de rancia estirpe solariega.
La directora de “Teresa” (2008), Tatiana Gaviola, sin embargo, no logra, con ésta, su tercera película, captar la esencia creativa y existencial de Teresa Wilms (1893-1921), la cual publicó cinco libros en sus cortos veintiocho años de vida, en los cuales vivió en Viña del Mar, Santiago, Iquique, Buenos Aires, Barcelona, Londres, París y principalmente Madrid, desarrollando relaciones intelectuales y de amistad con artistas de la talla de Víctor Domingo Silva, Joaquín Edwards Bello, Ramón Valle-Inclán, Vicente Huidobro y Max Ernst, entre otros.
La cinta de Gaviola (“Angeles”, 1988, y “Mi Ultimo Hombre”, 1996), resulta fragmentaria, sin lograr entregar una visión integral de la rica personalidad de Wilms que tempranamente manifestó un espíritu adelantado para su época: bohemia, anarquista y vanguardista, que la llevó a tener problemas con su esposo, Gustavo Balmaceda (Juan Pablo Ogalde), con quien se casó a los 17 años y tuvo dos hijas, Elisa y Silvia Luz.
Los textos de sus cinco libros y sus Diarios, que por momentos aparecen en la cinta, debieran haber sido el esqueleto sobre el cual construir la arquitectura de la vida de Wilms. Las apariciones, por ejemplo, de Víctor Domingo Silva, Vicente Huidobro (un poco creíble Diego Casanueva), Ramón Valle Inclán y el argentino Horacio Mejías (Matías Oviedo), a quien llamó Anuarí y le dedicó un libro, resultan superficiales y artificiosas.
Su relación con el primo de su esposo, Vicente Balmaceda (Alvaro Espinoza), en la cinta no pasa de ser un romance, cuando en realidad fue su verdadero y gran amor. Es cierto que Gaviola no pretende hacer un filme documental, pero rescatar un personaje histórico, más aún si no ha sido tratado anteriormente, merece el máximo respeto y fidelidad; de otro modo no tiene sentido hacer la película.
El tribunal familiar que se produjo por el escándalo de esta infidelidad y su posterior encierro en el Convento de la Preciosa Sangre es un momento logrado en que se plasma acertadamente la brutalidad y la miopía de la clase alta chilena. Los padres de Teresa, Federico (Edgardo Bruna) y Luz (Catalina Guerra) y de Gustavo, Antonio (Tomás Vidiella) y Elvira (Elsa Pobrete) constituyen una verdadero tribunal de la Inquisición, como si estuvieran condenando a una bruja, separándola de sus hijas para siempre.
Este dolor la perseguirá toda su intensa y trashumante vida y finalmente la llevará a la muerte en París, por una sobredosis de Veronal, el que utilizaba para sobrellevar la tristeza y la injusticia que le había causado una familia y una sociedad injusta y represiva, que le llevó a decir: “morir, después de haber sentido todo y no ser nada...”
Alvaro Inostroza Bidart
La directora de “Teresa” (2008), Tatiana Gaviola, sin embargo, no logra, con ésta, su tercera película, captar la esencia creativa y existencial de Teresa Wilms (1893-1921), la cual publicó cinco libros en sus cortos veintiocho años de vida, en los cuales vivió en Viña del Mar, Santiago, Iquique, Buenos Aires, Barcelona, Londres, París y principalmente Madrid, desarrollando relaciones intelectuales y de amistad con artistas de la talla de Víctor Domingo Silva, Joaquín Edwards Bello, Ramón Valle-Inclán, Vicente Huidobro y Max Ernst, entre otros.
La cinta de Gaviola (“Angeles”, 1988, y “Mi Ultimo Hombre”, 1996), resulta fragmentaria, sin lograr entregar una visión integral de la rica personalidad de Wilms que tempranamente manifestó un espíritu adelantado para su época: bohemia, anarquista y vanguardista, que la llevó a tener problemas con su esposo, Gustavo Balmaceda (Juan Pablo Ogalde), con quien se casó a los 17 años y tuvo dos hijas, Elisa y Silvia Luz.
Los textos de sus cinco libros y sus Diarios, que por momentos aparecen en la cinta, debieran haber sido el esqueleto sobre el cual construir la arquitectura de la vida de Wilms. Las apariciones, por ejemplo, de Víctor Domingo Silva, Vicente Huidobro (un poco creíble Diego Casanueva), Ramón Valle Inclán y el argentino Horacio Mejías (Matías Oviedo), a quien llamó Anuarí y le dedicó un libro, resultan superficiales y artificiosas.
Su relación con el primo de su esposo, Vicente Balmaceda (Alvaro Espinoza), en la cinta no pasa de ser un romance, cuando en realidad fue su verdadero y gran amor. Es cierto que Gaviola no pretende hacer un filme documental, pero rescatar un personaje histórico, más aún si no ha sido tratado anteriormente, merece el máximo respeto y fidelidad; de otro modo no tiene sentido hacer la película.
El tribunal familiar que se produjo por el escándalo de esta infidelidad y su posterior encierro en el Convento de la Preciosa Sangre es un momento logrado en que se plasma acertadamente la brutalidad y la miopía de la clase alta chilena. Los padres de Teresa, Federico (Edgardo Bruna) y Luz (Catalina Guerra) y de Gustavo, Antonio (Tomás Vidiella) y Elvira (Elsa Pobrete) constituyen una verdadero tribunal de la Inquisición, como si estuvieran condenando a una bruja, separándola de sus hijas para siempre.
Este dolor la perseguirá toda su intensa y trashumante vida y finalmente la llevará a la muerte en París, por una sobredosis de Veronal, el que utilizaba para sobrellevar la tristeza y la injusticia que le había causado una familia y una sociedad injusta y represiva, que le llevó a decir: “morir, después de haber sentido todo y no ser nada...”
Alvaro Inostroza Bidart
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