viernes, 23 de octubre de 2009

“LO BUENO DE LLORAR”

Hay directores que nos recuerdan que establecer una simbiosis armónica entre los elementos formales de una cinta y el contenido de la misma, es la mejor manera de apostar por una gran película, o al menos por un filme personal, creativo y de interés.

Esto tiene mucho más valor cuando esta es una práctica habitual en la filmografía de un autor y demuestra que, siendo el camino más difícil y menos comercial, está dispuesto a mantenerlo en el tiempo, asumiendo todas las adversidades financieras y de público que eso significa.

Es el caso del cineasta chileno Matías Bize, que acaba de estrenar su tercer largometraje personal, “Lo Bueno de Llorar” (2006), que también escribió y que, sin duda, ha traído importantes aires de renovación al cine chileno. En esta cinta, filmada en Barcelona, España, con actores españoles, nos muestra la crisis de comunicación de una pareja, en una larga noche, que se desplaza por la ciudad, por diversos medios, para desembocar en el mar al amanecer, en un final abierto.

Bize, de 29 años, estudió en la Escuela de Cine de Chile y anteriormente había dirigido los largometrajes “Sábado, una Película en Tiempo Real” (2003); “En la Cama” (2005), con la cual obtuvo tres premios en el Festival de Cine de La Habana y uno en el Festival de Valladolid y co-dirigido “Juego de Verano” (2005) con Fernanda Aljaro, Nane González y Andrea Wassaff.

“Lo Bueno de Llorar” comienza con un largo plano fijo de la pareja formada por Alejandro (Alex Brendemühl) y Vera (Vicenta Ndongo), que cenan en silencio en un restorán. Sin decirse una palabra durante largos minutos, sin tocarse; con las miradas perdidas, que rara vez se encuentran, al espectador le queda claro de entrada la crisis que enfrentan y que se puede cortar en el aire que respiran, denso y angustiante.

Después viene una larga caminata nocturna por Barcelona de ambos, pero la verdad es que podría ser cualquier ciudad del mundo, ya que el problema que enfrenta esta pareja es universal y Bize logra transmitirlo de ese modo. La caminata es en absoluto silencio hasta que se cruzan con un amigo de Alejandro, lo que gatilla un recuerdo de éste en un viaje que hizo a Belgrado hace dos años. En toda esta primera parte, la música tiene un rol relevante para expresar el estado de ánimo de los protagonistas, tensión que se traspasa al espectador en los largos planos secuencia, que registran el deambular de los protagonistas, sin poder establecer conexión afectiva entre ellos.

Luego, una llamada telefónica de la mejor amiga de Vera, que está de cumpleaños y la espera en su fiesta, nos permite recién escuchar la voz de la mujer. Hasta ese momento aún no se han sincerado y no asumen la crisis que enfrentan, lo que sólo ocurrirá cuando los ofenda equivocadamente un vecino y surja la complicidad esperanzadora en una carrera a pie, que los llevará a un supermercado, donde surgirán las confesiones, que los irán acercando, a medida que se acercan a la costa y que empieza a aclarar.

El recorrido que hemos presenciado, plagado más de gestos que de palabras, es un viaje que simboliza las dificultades de comunicación en una pareja que se ha ido distanciado, al parecer irreversiblemente, aunque el amor está latente y al acecho.


Alvaro Inostroza Bidart

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