El cine de autor definitivamente tiene que ver con la mirada. Con una mirada persistente y detallista; que no deja escapar su objetivo, hasta que el espectador sabe tanto de los personajes como de sus amigos.
Esta máxima se pueda validar con “La Nana” (2009), segundo largometraje que dirige y escribe el cineasta chileno Sebastián Silva; quien ratifica las señas de estilo que había manifestado en “La Vida me Mata” (2007). Silva, de 30 años, es además músico, pintor e ilustrador; capacidades que sin duda aportan a la integralidad de su trabajo: maduro y personal, a pesar de su juventud.
En “La Nana”, Silva retrata y relata la vida de Raquel (una excelente Catalina Saavedra), un empleada doméstica puertas adentro de Santiago, especie en extinción dentro de la pequeña burguesía capitalina; que lleva veinte años viviendo y trabajando en la misma casa. De hecho, la cinta comienza en la sobremesa de la cena familiar, con la sorpresa de torta y regalos para Raquel que cumple 21 años.
La familia, nuclear y burguesa, está conformada por Pilar (Claudia Celedón) y Edmundo (Alejandro Goic); cuatro hijos: dos adolescentes, Camila (Andrea García-Huidobro) y Lucas (Agustín Silva); y dos niños, Gabriel (Sebastián La Rivera) y Tomás (Darok Orellana); y la abuela materna (Delfina Guzmán) que los visita ocasionalmente.
Raquel se encuentra cansada y sufre de jaquecas, lo que ataca consumiendo regularmente fuertes analgésicos; pero no baja la guardia ni el ritmo de trabajo; no acepta que le contraten una segunda nana que la ayude ni menos va al médico, orgullosa de su labor y sintiéndose parte de la familia, sobre todo de los más pequeños “que la quieren tanto”.
Este es el guión básico de la cinta, que se adereza con la llegada de ayudantes, que se encarga de hacer renunciar: primero la peruana Mercedes (Mercedes Villanueva) y luego la mayor Sonia (Anita Reeves); después de lo cual sufre un severo desmayo, que la bota a la cama unos días, período en que la subroga la sureña Lucy (Mariana Loyola); que se la gana con su bondad, su entrega y su amistad, que la llevará en la Navidad a la casa paterna de Lucy, donde tendrá un extraño encuentro con Eric (Luis Dubó), tío de Lucy, lo que demuestra su orfandad y precariedad.
Con una cámara que escudriña en gestos y rostros, a través de reiterados primeros planos, Silva va construyendo con meticulosidad personajes y situaciones; especialmente las de Raquel, un ser constreñido y acurrucado en sí mismo, pero profundamente entregado a su rol de ordenador y protector de una familia que la termina valorando, después de largos años.
A través del retrato de un personaje aparentemente menor, como en las novelas rusas, Silva retrata también las costumbres y usos de toda una clase social chilena, que raramente sabe apreciar al fundamental y leal personal de servicio, que pugna, con mayor o menor fuerza, por tener una vida propia y sentirse apreciado en la discriminatoria familia chilena.
Alvaro Inostroza Bidart
Esta máxima se pueda validar con “La Nana” (2009), segundo largometraje que dirige y escribe el cineasta chileno Sebastián Silva; quien ratifica las señas de estilo que había manifestado en “La Vida me Mata” (2007). Silva, de 30 años, es además músico, pintor e ilustrador; capacidades que sin duda aportan a la integralidad de su trabajo: maduro y personal, a pesar de su juventud.
En “La Nana”, Silva retrata y relata la vida de Raquel (una excelente Catalina Saavedra), un empleada doméstica puertas adentro de Santiago, especie en extinción dentro de la pequeña burguesía capitalina; que lleva veinte años viviendo y trabajando en la misma casa. De hecho, la cinta comienza en la sobremesa de la cena familiar, con la sorpresa de torta y regalos para Raquel que cumple 21 años.
La familia, nuclear y burguesa, está conformada por Pilar (Claudia Celedón) y Edmundo (Alejandro Goic); cuatro hijos: dos adolescentes, Camila (Andrea García-Huidobro) y Lucas (Agustín Silva); y dos niños, Gabriel (Sebastián La Rivera) y Tomás (Darok Orellana); y la abuela materna (Delfina Guzmán) que los visita ocasionalmente.
Raquel se encuentra cansada y sufre de jaquecas, lo que ataca consumiendo regularmente fuertes analgésicos; pero no baja la guardia ni el ritmo de trabajo; no acepta que le contraten una segunda nana que la ayude ni menos va al médico, orgullosa de su labor y sintiéndose parte de la familia, sobre todo de los más pequeños “que la quieren tanto”.
Este es el guión básico de la cinta, que se adereza con la llegada de ayudantes, que se encarga de hacer renunciar: primero la peruana Mercedes (Mercedes Villanueva) y luego la mayor Sonia (Anita Reeves); después de lo cual sufre un severo desmayo, que la bota a la cama unos días, período en que la subroga la sureña Lucy (Mariana Loyola); que se la gana con su bondad, su entrega y su amistad, que la llevará en la Navidad a la casa paterna de Lucy, donde tendrá un extraño encuentro con Eric (Luis Dubó), tío de Lucy, lo que demuestra su orfandad y precariedad.
Con una cámara que escudriña en gestos y rostros, a través de reiterados primeros planos, Silva va construyendo con meticulosidad personajes y situaciones; especialmente las de Raquel, un ser constreñido y acurrucado en sí mismo, pero profundamente entregado a su rol de ordenador y protector de una familia que la termina valorando, después de largos años.
A través del retrato de un personaje aparentemente menor, como en las novelas rusas, Silva retrata también las costumbres y usos de toda una clase social chilena, que raramente sabe apreciar al fundamental y leal personal de servicio, que pugna, con mayor o menor fuerza, por tener una vida propia y sentirse apreciado en la discriminatoria familia chilena.
Alvaro Inostroza Bidart
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