viernes, 23 de octubre de 2009

“GRAN TORINO”

Pocas veces se tiene el privilegio de asistir a estrenos en semanas consecutivas de dos cintas de uno de los más importantes directores estadounidenses vivos, como es Clint Eastwood, que este año cumple 79 años y que tiene en cartelera además “El Sustituto”, que ya comentamos.

El dato de su edad no es menor, porque sobre todo “Gran Torino” (2008) pretende convertirse en su herencia estética y valórica. De hecho, el Ford Gran Torino que posee el protagonista de la cinta, Walt Kowalski (Clint Eastwood) es su bien más preciado, junto con su casa; y, como símbolo de tiempos mejores, será la herencia que dejará a su nuevo amigo, el joven Thao (Bee Vang), una vez que cumpla con su última misión, en un final sorpresivo y radical, muestra fidedigna de que los valores son intransigibles.

Kowalski acaba de enviudar y se queda solo con su perra labradora; en su casa, que mantiene impecable; y que se encuentra en un barrio antiguo de la ciudad, del cual han partido todos los blancos y que se ha poblado con representantes del pueblo Hmong, asiáticos provenientes de China, Vietnam y Laos, llegados luego de la guerra de Vietnam. Después de vencer las aprensiones iniciales, Walt establece una singular amistad con Thao y con su hermana Sue (Ahney Her), salvando al primero de la nefasta influencia de la pandilla Hmong del barrio.

Ex combatiente de Corea, Walt es de temer y se hace respetar en el barrio, especialmente por la familia de Thao y Sue, que le hacen ver la vida de una manera distinta, recuperando la motivación para enseñar y ayudar a los demás. En este sentido contrastan fuertemente la relación de cercanía y franqueza que tiene con su amigo, el barbero Martin (John Carroll Lynch) y la que construye con el padre Janovich (Christopher Carley); en comparación con la pobre relación que tiene con sus hijos Mitch (Brian Haley) y Steve (Brian Howe), que lo tratan como a un viejo inútil.

En lo formal, Eastwood resume en esta cinta lo mejor de su estilo: lenguaje visual conciso, personajes bien delineados, un guión inteligente que no hace concesiones, montaje preciso y una estructura narrativa clásica, sin efectismos; que prioriza la construcción de situaciones complejas y tratadas con la profundidad que merecen personajes e historias, en las cuales se ponen en juego los valores por los cuales se ha luchado toda una vida: la amistad, el honor y la autoconciencia del propio destino.

Alvaro Inostroza Bidart

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