Siempre es difícil hacer una cinta sobre una personaje polémico de la historia reciente de la humanidad; porque se puede aceptar una visión personal del director, pero siempre cuando ésta se sustente sobre hechos medianamente aceptados y que construyan un retrato cabal de dicho personaje.
“Che, el Argentino” (2008) del director estadounidense Steven Soderbergh, supera la prueba con honores porque, además de los antes señalado, se da el trabajo de utilizar acertadamente el lenguaje cinematográfico. La opción que toma en esta primera parte de la vida del revolucionario argentino Ernesto Guevara (1928-1967) es construir el filme como un mosaico, que refleja también la cantidad de intereses y el nomadismo de la vida del Che.
Con inteligencia Soderbergh (Sexo, Mentiras y Video, Un Romance Peligroso, Erin Brockovich, Ocean’s Eleven, Traffic, Solaris) va narrando la vida adulta del Che intercalando distintos momentos claves en su vida, en diversos tonos y colores. Las primeras imágenes muestran al Che (un excelente Benicio del Toro) conversando y poniéndose de acuerdo con Fidel Castro (Demián Bichir) en un departamento de México, en los meses previos a lo que sería el desembarco del Granma en las costas de Cuba (1956), para iniciar la lucha contra el gobierno autoritario de Batista, que culminaría a comienzos de 1959, con el éxito de la Revolución.
Estas imágenes se irán alternando principalmente con la larga campaña en la sierra cubana; pero también con la entrevista que le hace en Estados Unidos la periodista Lisa Howard (Julia Ormond); y con la intervención que realizó el Che, a nombre de Cuba, ante la asamblea de las Naciones Unidas, ambas en blanco y negro, para darles un tono documental.
Con el énfasis en los largos episodios en la selva, el filme construye la imagen del Che no sólo en base a las balas y los enfrentamientos, sino en torno a sus diálogos y a sus decisiones, siempre justas y con un liderazgo basado en el carisma, la cultura y la autoridad moral, aureola que lo acompañará a lo largo de toda su vida y que lo transformará en un mito moderno.
Alvaro Inostroza Bidart
“Che, el Argentino” (2008) del director estadounidense Steven Soderbergh, supera la prueba con honores porque, además de los antes señalado, se da el trabajo de utilizar acertadamente el lenguaje cinematográfico. La opción que toma en esta primera parte de la vida del revolucionario argentino Ernesto Guevara (1928-1967) es construir el filme como un mosaico, que refleja también la cantidad de intereses y el nomadismo de la vida del Che.
Con inteligencia Soderbergh (Sexo, Mentiras y Video, Un Romance Peligroso, Erin Brockovich, Ocean’s Eleven, Traffic, Solaris) va narrando la vida adulta del Che intercalando distintos momentos claves en su vida, en diversos tonos y colores. Las primeras imágenes muestran al Che (un excelente Benicio del Toro) conversando y poniéndose de acuerdo con Fidel Castro (Demián Bichir) en un departamento de México, en los meses previos a lo que sería el desembarco del Granma en las costas de Cuba (1956), para iniciar la lucha contra el gobierno autoritario de Batista, que culminaría a comienzos de 1959, con el éxito de la Revolución.
Estas imágenes se irán alternando principalmente con la larga campaña en la sierra cubana; pero también con la entrevista que le hace en Estados Unidos la periodista Lisa Howard (Julia Ormond); y con la intervención que realizó el Che, a nombre de Cuba, ante la asamblea de las Naciones Unidas, ambas en blanco y negro, para darles un tono documental.
Con el énfasis en los largos episodios en la selva, el filme construye la imagen del Che no sólo en base a las balas y los enfrentamientos, sino en torno a sus diálogos y a sus decisiones, siempre justas y con un liderazgo basado en el carisma, la cultura y la autoridad moral, aureola que lo acompañará a lo largo de toda su vida y que lo transformará en un mito moderno.
Alvaro Inostroza Bidart
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