jueves, 28 de marzo de 2024

“LOS DESCENDIENTES”

Los accidentes graves de algunos de sus integrantes muchas veces producen importantes crisis en las familias y el replanteamiento de decisiones que parecían tomadas y que afectan a todos sus miembros. Esta podría ser una de las conclusiones de “Los Descendientes” (2011), cinta dirigida, escrita y producida por el cineasta estadounidense Alexander Payne; y que está basada en la novela homónima de la escritora hawaiiana contemporánea Kaui Hart Hemmings y que está ambientada en ese archipiélago, uno de los cincuenta Estados del país del Norte. Payne, de 63 años, ha dirigido además ocho largometrajes; entre los que destacan “Elección” (1999), “Acerca de Schmidt” (2002), “Entre Copas” (2004), “Nebraska” (2013) y “Los que se Quedan” (2023), que se caracterizan por una aguda mirada a las relaciones interpersonales y a la sociedad de su país; muchas veces con un humor bastante negro y sarcástico. En “Los Descendientes” esta marca de estilo se repite, aunque quizás algo más suavizada, por la tragedia que está en el origen de la cinta: la madre de la familia, Elizabeth (Patricia Hastle) sufre un grave accidente en una moto de agua, quedando en estado de coma. La noticia de que morirá pronto, que le entrega el médico al marido, Matt King (George Clooney); hará que éste se acerque a sus hijas, la adolescente Alexandra (Shailene Woodley) y la pequeña Scottie (Amara Miller), tratando de tener una relación que nunca ha tenido con ellas. Por otro lado, el abogado Matt es el fideicomisario de un gran terreno de la sucesión King, que perteneció a los monarcas de las etnias polinésicas originarias de Hawaii, con quienes se emparentaron hace muchas generaciones, y que están a punto de vender, para hacer un gran resort; decisión que revisará a partir de esta crisis familiar; y que lo hará enfrentarse con sus nueve primos, que encabeza Hugh (Beau Bridges). El remate de esta espiral trágica será enterarse de que su esposa le era infiel, obsesionándose con conocer al amante, Brian Speer (Matthew Lillard); escena final que solo se entiende a través de los impulsos masoquistas, que tenemos a veces cuando estamos sumidos en la peor de las desgracias.

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