martes, 16 de agosto de 2022
“TODO ES VERDAD”
A veces un episodio de una vida es suficiente para iluminar dicha existencia completa, más aún cuando ese acontecimiento es una etapa clave en la biografía de esa persona.
Esto ocurre en “Todo es Verdad” (2018), cinta dirigida y producida por el cineasta irlandés Kenneth Branagh; y que relata los últimos cinco años de vida de William Shakespeare, a partir de 1611, cuando vuelve a su pueblo natal, Stratford-upon-Avon, luego de que se incendiara el Teatro Globo de Londres, del cual el dramaturgo era uno de los propietarios. Allí el autor (Kenneth Branagh) restablece la vida familiar con su esposa Anne (Judie Dench), su hija soltera Judith (Kathryn Wilder) y su hija casada, Susanna Hall (Lydia Wilson); y además se dedicará a construir un hermoso jardín en homenaje a su hijo fallecido hace años, Hamnet (San Ellis), a quien ve con frecuencia.
Branagh, de 61 años, con 19 largometrajes como director, se ha destacado por sus adaptaciones de obras literarias, entre ellas: “Enrique V” (1989), “Mucho Ruido y Pocas Nueces” (1993), “Frankenstein” (1994), “Hamlet” (1996), “La Flauta Mágica” (2006), “La Cenicienta” (2015), “Asesinato en el Expreso de Oriente” (2017), “Belfast” (2021), guion propio, y “Muerte en el Nilo” (2022).
“Todo es Verdad”, si bien no es adaptación, está inspirada en los últimos años de uno de sus escritores preferidos, que nació el 23 de abril de 1564 y que murió en la misma fecha, en 1616, a los 52 años. El último Shakespeare resulta interesantísimo, tato por la actuación del propio Branagh como por la construcción del personaje, en base a diálogos notables y esclarecedores, como los que sostiene con Judith y Anne; pero también con el Conde de Southampton (Ian McKellen) como con el poeta Ben Jonson (Gerard Horan), con los cuales conversa sobre el sentido de su obra y el proceso en que se encuentra.
Otro elemento interesante en el filme es el trabajo de cámara y la fotografía, con abundancia de vista nocturnas o del atardecer; las cuales le dan un tono melancólico y bucólico a esta etapa postrera de Shakespeare. Lo mismo pasa con las escenas de interiores, principalmente en la casa del poeta, iluminadas solo con la luz de las velas, lo que nos recuerda que la vida, con sus ritmos y requerimientos, se veía de un modo muy diferente en el siglo XVI.
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