martes, 30 de abril de 2019

“TARDE PARA MORIR JOVEN”

Siempre es interesante ver cine chileno de autor, más aún cuando el cine comercial ataca con todo al espectador, para que se deje llevar por la publicidad y el marketing; y por las preferencias masivas, que no siempre son las de mejor calidad.

"Tarde para Morir Joven” (2018), cinta dirigida, escrita y producida por la cineasta nacional Dominga Sotomayor; relata el despertar erótico de una adolescente, Sofía (Demian Hernández), que vive junto a su padre separado, Roberto (Andrés Aliaga) y a su hermano menor, en la Comunidad Ecológica de Peñalolén, en la pre cordillera de Santiago.

Sotomayor, de 34 años, había dirigido anteriormente dos largometrajes: “De Jueves a Domingo” (2012) y “Mar” (2014); que ya daban cuenta de su talento, especialmente en el desarrollo de personajes y en el modo sutil y elíptico de narrar sus argumentos.

En “Tarde para Morir Joven” ratifica estas virtudes, ya que construye la historia de Sofía y su entorno con fragmentos visuales y narrativos, lo que obliga al espectador a participar activamente en la comprensión y seguimiento de la historia; es decir lo trata de un modo inteligente.

Primero nos introduce de modo natural en la Comunidad, a través de sus niños; y de las conversaciones de sus líderes, que discuten la conveniencia de traer energía eléctrica al sector. Aparte de Roberto, que es lutier, se destacan Carlos (Alejandro Goic) y su esposa Elena (Antonia Zegers), cuyo hijo, Lucas (Antar Machado) está claramente enamorado de Sofía.

Ella lo aprecia como amigo de su misma edad; pero Sofía está interesada en Ignacio (Matías Oviedo), un adulto joven que también vive en la Comunidad; y que siente halagado en su ego por la manifiesta atracción que ejerce en Sofía. Este deseo por un hombre mayor es consecuente con las ganas de Sofía de sentirse adulta; lo que se relaciona directamente con el anhelo de perder su virginidad, su madre ausente (que una vez más no llega a la fiesta de Año nuevo) y un padre que no se comunica con ella, que no habla.

Todo se manifiesta en la naturaleza y en la cinta ante esta nueva etapa en la vida de Sofía: el nuevo año y su amanecer, el incendio que ocasiona en el bosque y la perra Frida que se arranca, como señal de libertad.

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