miércoles, 17 de agosto de 2011

“VIOLETA SE FUE A LOS CIELOS”

Un ojo que mira. La mirada de Violeta Parra como conciencia de Chile. La pasión más intensa para vivir el amor, la música, la educación de los más necesitados; objetivos que difícilmente serán alcanzados cuando se tiene una visión idealista de la realidad. Pero no cabe duda que esta es la única manera en que vale vivir la vida, mientras dure el sentido.

En “Violeta se fue a los Cielos” (2011) el cineasta chileno Andrés Wood, construye a retazos, a través de un montaje paralelo, el retrato de la artista total Violeta Parra (1917-1967), apasionada desde pequeña por aprender de la música más auténtica, de aquella ligada a la tierra, a la muerte, al trabajo, al campo chileno.

Violeta Parra (una notable Francisca Gavilán) sigue el camino de muchos artistas chilenos: paralelamente construye una familia. De Luis Cereceda nacen sus hijos Angel (Patricio Ossa) e Isabel; y de Luis Arce (Roberto Farías) sus hijas Carmen Luisa (Stephania Barbagelata) y Rosita Clara, que muere prematuramente, hecho que inicia su itinerario de sufrimientos.

Word no pretende ser exhaustivo en la biografía de Violeta. De hecho se apoya en el libro autobiográfico de Angel para armar un retrato personal e intenso, como la propia vida de Violeta.

Violeta camina por un bosque; Violeta es entrevistada por un periodista (Luis Machín) en la televisión luego de que vuelve de Europa; Violeta es marcada por su padre músico, depresivo y alcohólico (Cristián Quevedo); Violeta se dedica a recorrer el país cantando junto a su hermana Hilda (Gabriela Aguilera); Violeta conoce a Gilbert Favre (Thomas Durand), músico suizo del cual se enamorará perdidamente hasta el final de sus días; Violeta levanta su famosa carpa en La Reina, donde recibe el apoyo del alcalde Fernando Castillo Velasco (Marcial Tagle), donde finalmente se quitará la vida de un balazo.

En su sexto largometraje, Wood, de 46 años, sigue buceando en la identidad nacional, a través de una cinta sobre un icono de la cultura chilena, armada como un rompecabezas en que todas las piezas son importantes, como un espejo trizado, cuyo desgarro nos refleja a todos.

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